Son
muchos los que se llenan la boca hablando de las bondades de este
régimen seudodemocrático-liberal que padecemos. Son aún más los
que, altaneros, se ufanan de vivir en la época en que la libertad ha
alcanzado su máximo esplendor. “Debemos estar orgullosos del
sistema de libertades del que gozamos”, afirman. Y se quedan tan
anchos. Ya saben ustedes, queridos lectores, que decir tonterías es,
hoy, gratis. O casi.
Ya
en tiempos del amigo Luis XIV, los defensores de la monarquía
absoluta – qué tiempos aquéllos - hacían una distinción entre
libertad civil y libertad política. Una distinción que ignoran
políticos, periodistas y demás gentuza que hogaño lidera la
llamada opinión pública. Sí, la de las dos mentiras. Ésa que ni
es opinión ni es pública. En fin, yendo al grano. Libertad civil es
lo que tiene uno de casa para adentro, si así me comprenden mejor.Y
libertad política, ya se imaginarán ustedes qué diablos es.
El
caso es que siempre que oigo a algún bufón de la corrección
política jactarse de lo libres que somos, me invaden unas
irreprimibles ansias de soltar en una carcajada todo el aire y
después respirar. Y me acuerdo de Bodino y de su distinción. A mí
no me la cuelan, me digo. He leído un poco y sé que la libertad de
la que gozamos tiene mucho de ilusoria y más bien nada de real. Y es
que no podemos hablar de libertad cuando los poderes políticos de
las narices nos dicen dónde y cómo tenemos que fumar, cómo hemos
de atarnos el cinturón en el coche y cuántos puñeteros hijos
debemos tener. No más de dos a ser posible.
La
verdad es que me encantaría columbrar, siquiera, la verdadera
libertad. Ya ven que me conformo con poco. Me encantaría poder
elegir, en serio, qué leer, qué escribir, qué comer. Pero, sobre
todo, me encantaría que aquéllos que nos oprimen bajo la mascarada
de la impunidad se despojen de la careta; que aquéllos que nos
dictan la manera correcta de vivir – es una forma de hablar – nos
digan a la cara que somos poco menos que unos títeres en sus
mugrientas manos, poco menos que unos conejillos de indias con los
que probar sus descabelladas ideas.
Llegará
el momento en que nos digan cómo debemos mostrar cariño a nuestros
hijos, cuántas carantoñas hemos de hacerles (en Reino Unido ya lo
hacen). Sin embargo, no se preocupen. Les puedo asegurar que yo
seguiré acordándome de don Juan Bodino.