Decía
Max Weber que desde la aparición del Estado constitucional, y más
concretamente desde la aparición de la democracia, el demagogo es la
figura más corriente entre los jefes políticos de Occidente. Y las
palabras de este realista teórico de las élites no se ajustan sino
a la realidad; no hay ni un solo político en Occidente que no
gobierne, que no prometa, con el ojo puesto en las encuestas, en esas
encuestas viciadas por un electorado en general ignorante y voluble,
cuya más elevada aspiración es comprar un Iphone 6 para
luego pasar las horas muertas en ese ilusorio y asnal mundo que tras
la pantalla se esconde.
Y
es que esto último que he mencionado, mis nunca bien ponderados
lectores, es clave. La democracia liberal, salvo en honrosos casos de
sociedades maduras, cultas e instruidas, termina por ser un edén de
demagogos de tres al cuarto – con coleta, calva o engalanados a
base de ropa de Alcampo – que nos prometen el oro y el moro.
Adaptado al tiempo hodierno, a montañas de móviles, tabletas – de
chocolate o no – y horribles zapatillas que con todo se conjuntan.
Lo cierto es que eso es lo único a lo que puede aspirar una
democracia liberal sin una sociedad lúcida que la sustente.
Con
eso juegan los políticos, las élites. Con una educación mediocre,
un consumismo exacerbado y un hedonismo rampante de una sociedad, en
general, enferma. Pretenden que la democracia liberal no sea sino un
escenario, si acaso más transparente por eso de que se halla a la
luz pública, en el que se reproduzca su sempiterna y cruenta lucha
por el poder; un escenario en el que se reproduzca la más brillante
de las obras de teatro: ésa en la que el público se cree – pobre
iluso - protagonista. Pan y circo lo llamaban antaño.
No
cometan el error de pensar que la política cambia. La historia de la
política, como la historia misma del hombre, es el relato de una
lucha por el poder, de una lucha por el dominio sobre el prójimo
(quizás sólo Jesucristo rompa este esquema). Y en ese sentido, la
democracia liberal no es sino un régimen más de todos los
regímenes que se han sucedido a lo largo de la historia desde la
caída, desde el pecado original, esa gran catástrofe que acabó con
cualquier posibilidad de hacer del mundo un lugar para objetivos
grandes.