Hace
unos días acudí a una exposición de “arte” contemporáneo.
Bueno, en honor a la verdad he de admitir que el encuentro con la
exposición fue fortuito e indeseado por mi parte. En cualquier caso,
traté de comportarme como un visitante más; me libré de los
supuestos prejuicios que nos achacan los críticos a ésos que
aborrecemos el arte contemporáneo, hice alguna foto – por eso de
recordar el momento – y traté de ir más allá de mi ideal de
belleza, buscando cualquier atisbo de grandeza en las obras
expuestas.
El
resultado fue desolador. Sigo pensando que el arte contemporáneo no
es digno de llamarse como se llama y que gran parte de los pintores y
escultores que le dan forma, más que pintando o esculpiendo,
deberían estar dando rienda suelta a sus reprimidos instintos en
presencia de un psicólogo. Quizás el problema sea mío, que no
comprendo la altura de sus pensamientos, que no comprendo la
magnificencia de su obra.
Lo
cierto es que las pinturas y esculturas que pude contemplar distan
mucho de lo que a lo largo de la Historia se ha concebido, en
variopintas formas, como Belleza. Con mayúsculas. En la exposición
primaban imágenes depravadas protagonizadas por íncubos y súcubos,
aparatos reproductores femeninos y masculinos y, sobre todo, seres
humanos con expresiones siempre rijosas, seres humanos invadidos por
una lascivia desmedida que, en ocasiones, quedaba patente en forma de
saliva, de vulgares babas. Ése es el nivel al que hemos llegado.
Hasta al arte hemos tornado partícipe de nuestra hedonista demencia.
Pero
no se crean ustedes, queridos lectores, que los pintores y escultores
son unos iluminados de influencia satánica que nada tienen que ver con la
sociedad. En verdad, son nuestro reflejo. Son el vivo retrato de una
sociedad que se ha vendido al hedonismo, de una sociedad cuya más
loable meta es la felicidad – que en verdad no es tal – inmediata
y efímera, la satisfacción de instintos mediante los dos perversos
placeres que dominan el mundo hodierno: el sexo y el dinero. He aquí
la convergencia perfecta del consumismo exacerbado y de la filosofía
de Freud. El hombre de hoy. O mejor. Nosotros, los primates de hoy.
Y
es que, al fin y al cabo, ¿qué tipo de producción artística se
puede esperar de una sociedad en que las conversaciones más
profundas versan sobre turgentes tetas y cuentas bancarias; sobre
respingones traseros y fajos de billetes hacinados en una bien
custodiada caja fuerte? Ciertamente, una horrible.
Se ha asesinado la vocación eterna e ilustrativa del arte, de la obra que sobrevivía a su creador como componía Keats en su Oda a una urna griega y se ha cambiado por lo más vano,efímero y perecedero. Es curioso que se dé y más aun lo son quienes lo admiran y las "razones" que puedan dar. Te animo a que cambies arte (con minúcula) por periodismo(también con minúcula) y verás que puedes abrir el abanico de recursos literarios de critica feroz pero que el tiro tiene una dirección parecida. El ideal está fuera del arte como la Torre de Marfil está fuera del tablero de ajedrez. Feroz, contundente y reivindicativo. Felicidades. VG
ResponderEliminarGracias, Pablo, por comentar y, sobre todo, por leer este humilde blog! Es un verdadero placer recibir comentarios así!
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