Dijo
Pablo Iglesias en cierta ocasión : “Un comunista perdedor es un
mal comunista. Para follar hay que desnudarse, pero para ligar hay
que vestirse. La izquierda debe aprender a vestir los ropajes de la
victoria”. Y eso es lo que están haciendo los miembros de su
partido, Podemos: cortejarnos, engalanados a base de ropa de Alcampo,
mientras construyen la autopista hacia un averno del que a todos
quieren hacernos sufridores partícipes. Ese averno de miseria y de
chivatos; ese infierno de determinismo, tiranía y desesperanza que
todas las manifestaciones del comunismo han representado.
Y
es que el cortejo, la seducción, es, en la particular cruzada
comunista, un arte. Todo lo disfrazan sus prohombres de “paz y
pan”. Ningún comunista ha llegado al poder gritando “queremos
comunismo”, sino clamando por algo parecido a la justicia social,
prometiendo un edén terreno en situaciones de luctuosa miseria y
penuria, asegurando que la libertad y la igualdad, con él,
triunfará.
El
mensaje de Podemos ha cambiado radicalmente desde que su posibilidad
de tocar poder se tornó evidente. Lo que antes era una cutre
pachanga fachosa es ahora una digna bandera que debe presidir los
mítines. Lo que antes era la organización que mejor comprendió qué
requería la España de los ochenta (ETA) es ahora una banda de
asesinos que debe pagar sus culpas. Lo que antes era el paraíso de
la democracia, la libertad y la igualdad (Venezuela) es hoy un país
democrático que ha cometido ciertos errores. Lo que hace unos meses
era marxismo-leninismo es en el presente una especie socialdemocracia
transversal.
Al
final, Pablo Iglesias, como en verdad todo político, lo que más
profundamente anhela es el poder. Ni libertad e igualdad para los
hombres, ni paraísos terrenales, ni justicia social. Sin embargo,
las consecuencias de su estancia en el poder serían, tal y como la
Historia nos enseña, particularmente catastróficas; su desnudo
supondría una miseria tanto material como moral incluso mayor que la
que PP y PSOE nos han brindado.
Ahora
bien, esto no quiere decir que los llamados partidos tradicionales
hayan de ser la alternativa. Es más bien hora de que los españoles
afirmemos que podemos construir una sociedad de verdad, una sociedad
que no renuncie ni a su tradición ni a sus raíces. Es hora de
gritar, como dijo Fernando Paz, que no queremos ni a los de Podemos
ni a los de “pillemos”, que no vamos a apoyar ni a unos
comunistas con ansias de poder ni a unos partidos políticos que han
hecho de la corrupción y la maldad su signo distintivo.
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