Francia
está bombardeando, desde el pasado domingo, la ciudad siria de
Raqqa, centro de operaciones del Estado Islámico. A juzgar por los
atentados de París, no puede haber acto más loable; no puede haber
decisión política más noble y justa. Sin embargo, nada más lejos
de la realidad; los recientes bombardeos muestran la contumaz
desvergüenza de Francia y Occidente. No emplearé, sin embargo, el
típico argumento progre contra la guerra. Y es que resulta evidente
quien a hierro mata no merece sino a hierro morir. No existe justicia
humana o divina en disposición de contradecir este principio.
La
ofensiva francesa demuestra que todos lo sabían, demuestra que
Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos, España... sabían dónde se
hallaba el núcleo del Estado Islámico, en qué infecta alcantarilla
se escondían esas escatológicas ratas. Pero no les importó. Se les
antojaron insuficientes para intervenir, supongo, las crucifixiones,
los degüellos, las decapitaciones, las ejecuciones colectivas, las
violaciones y el comercio de mujeres. Se les antojaron insuficientes,
barrunto, los 100.000 cristianos asesinados, los 20.000 yazidíes. De
nada les importó hasta que el detonante estalló en nuestro cuarto
de estar. Pensaría algún ser perspicaz, con el necesario toque de
malicia, que lo que buscaban esos países europeos era el exterminio
de cristianos en Oriente Medio. Y no lo digo yo; lo dice mi amigo el
perspicaz.
Les
presento, amigos, la hipocresía de este nuevo Occidente. La
hipocresía y desvergüenza de quien propina un puntapié al avispero
y se desentiende de las consecuencias en forma de lacerantes
picotazos de avispa. La mezquindad de quien deja a la deriva a sus
compañeros de fe ante el ominoso y enfurecido océano de la barbarie
islamista. La debilidad moral de quien necesita los cadáveres de
ciento cincuenta compatriotas para tomar una decisión que ya tiempo
ha se antojaba ineluctable.
¿Y
quién se acuerda de los cristianos de Oriente Medio perseguidos y
asesinados por los islamistas? Nadie. ¿Quién expresa en Facebook la
necesidad de rezar también por ellos? Muy pocos. ¿Quién les rinde
un minuto de silencio como tributo por nuestra cómplice y culpable
inacción? Algún cura desnortado. Pero les digo que algunos, con
nuestros actos, seguiremos asegurándole a Dios que esa sangre no ha
sido derramada en vano, que la determinación de los cristianos es
más firme que nunca.