El
gentío gritaba. Hombres de toda clase social clamaban porque el
símbolo de la barbarie legalizada llegase a su fin, porque la casta
de facinerosos tecnócratas peperos arrellanados en el vulgar diván
del poder cumpliese sus promesas. Sin embargo, ésta, demasiado
inmersa en su edén de jamón y caviar, desoía los improperios al
tiempo que hacía cálculos de estimación de voto.
Algunos
confiábamos en Rajoy y el PP. Algunos llegamos a creer que el
partido de la gaviota representaba una alternativa a la siniestra
ingeniería social zapateril. Pobres ilusos. Ahora nos sentimos
traicionados, ninguneados. Atrás quedaron esos tiempos en que Rajoy
se erigía, ufano, como adalid de la defensa de la vida humana en
aquellas multitudinarias manifestaciones. Atrás quedaron esos
tiempos en que el asiduo lector del Marca afirmaba, con firmeza tan
falsa como convincente, que no hay nada más loable que defender al
indefenso. Qué tiempos, eh, Mariano. Nos la diste con queso,
bellaco.
Ahora
oímos a la gentecilla instalada en la cúpula del PP apelar, en el
tema del aborto, al más vil de los consensos: el consenso de la
barbarie camuflada como derecho de la mujer, el consenso del
asesinato al inocente. ¿Y si hubiese consenso en la bondad del robo?
¿Qué harías, Mariano? Supongo que seguir fumando puros y viendo
Teledeporte, que hay que ver cómo están Contador, su bicicleta y su
chuletón de carne.
El
aborto no sólo constituye un símbolo de la traición perpetrada por
el PP a su electorado; es también reflejo de una democracia
decadente. Y es que cuando la democracia se rebela contra los pilares
básicos sobre los que se debe asentar, que no son sino el derecho a
la vida y la propiedad privada, deja de ser el menos imperfecto de
los regímenes para convertirse en el peor de ellos, para convertirse
en un despótico régimen de relativismo y terror.
Mientras
los políticos sigan negando la existencia de derechos inmanentes al
ser humano, sigan identificando la opinión de la mayoría con la
verdad, se seguirán cometiendo atrocidades como la del aborto. La
opinión de la mayoría debe servir para decidir sobre ciertos temas,
la mayor parte de ellos. Pero cuando ésta se utiliza para atentar
contra derechos que son en sí mismos inviolables lo que se hace es,
paradójicamente, un flaco favor a la democracia.
Porque
una España cuyo cimiento fundamental sea la familia es posible;
porque una España sin aborto es necesaria.
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