Ya cogida con pinzas desde su
origen en aquella inestable Asamblea francesa, la dicotomía izquierda-derecha
está, hogaño, desfasada. Por lo menos, en la Unión Europea. Y es que si
atendemos a los programas de los partidos tradicionalmente considerados de
derechas y los tradicionalmente tildados de izquierdistas, nos percatamos, sin
demasiado esfuerzo, de que éstos coinciden en lo fundamental: mundialismo,
ideología de género, capitalismo más o menos light y “cristofobia”. Esta
coincidencia, en aras de mantener una ficción que le sale muy rentable, es
parapetada por el Nuevo Orden Mundial tras un fariseo muro de discrepancias en
lo accesorio, de debates de elevado tono y de medios de comunicación bien
amaestrados.
Con ojo crítico y atento, nos
daremos cuenta de que la verdadera división es la que se abre entre quienes
defienden el orden ya establecido y los que, en abrumadora minoría y ante adjetivos
como “fascista” o “integrista", no renunciamos a cambiarlo; entre lo
políticamente correcto y lo no políticamente correcto. Es decir, entre quienes
están cómodos con el mundialismo, el multiculturalismo, la ideología de género
y sus expresiones (abortismo, homosexualismo), el capitalismo global y el
anticristianismo; y entre quienes defendemos el orden tradicional de las cosas:
las identidades nacionales, el cristianismo, la familia natural, la vida como
valor inalienable y la tradición y la cultura como pilares del ser humano
libre. La conservación de la dicotomía izquierda-derecha no es sino el avieso
intento de narcotizarnos, de alejar al pueblo del verdadero debate.
Para demostrar esto, basta con
atender a la situación europea. Los burócratas de la UE, sin excepciones entre progresistas,
conservadores y liberales, se han dedicado, durante este tiempo, a atacar y
calumniar a Viktor Orban, a Putin y al nuevo gobierno polaco, defensores del
orden tradicional de las cosas. Los ven peligrosos, dañinos para su utópico
proyecto. En España, por ejemplo, los llamados conservadores del PP han
aplicado íntegramente el programa del PSOE y han silenciado, con ardides de la
peor calaña, a VOX, un partido que ha mostrado su compromiso con la familia, la
vida y la patria. Son éstos (Putin, Orban, Abascal), con sus diferencias, la verdadera
amenaza al consenso relativista y mundialista.
Cuando los políticos o los
periodistas les hablen de izquierda-derecha, mírenles con recelo. Voluntaria o
involuntariamente estarán contribuyendo a mantener una ficción que nos aleja del
debate esencial. Hoy, con todos los respetos, la cosa no va de bajar o subir
los impuestos. Hoy, lo que nos jugamos es la preservación de la cultura occidental,
de la cosmovisión cristiana y, por tanto, de la tradición, la familia y la
vida. Que no les confundan con debates insustanciales, que no les manipulen con
infundadas dicotomías.