Este sábado Rajoy ha sido
investido presidente gracias a un PSOE al que la soga de una trampa saducea ya
había dejado prácticamente sin respiración. De una trampa saducea que encuentra
su génesis en el capricho de los votantes, quienes se empeñaron en que el partido
más siniestro de la historia de España custodiara la llave de eso que los
cursis y los tertulianos llaman “gobernabilidad”. El PSOE, como le ocurre a
todo aquél que se enfrenta a una trampa saducea, (salvo que sea Cristo), ha
salido malparado de ese dilema que le compelía a elegir cómo suicidarse. Y es
que, con su abstención del sábado, se mete en las fauces de Podemos y, de
paso, construye los primeros metros de esa autovía hacia el averno que los
discípulos de Pol Pot – que en nuestra patria se engalanan con coletas y ropas
de Alcampo – nos tienen reservada a los españoles.
Cuando la nueva legislatura de
Rajoy eche a andar, a Podemos le será sencillísimo erigirse en alternativa a un
sistema que, para sobrevivir, hizo que sus principales partidos, representantes
de un negociado en que todos coinciden en lo esencial, pactaran. Le será
sencillísimo acusar al Partido Socialista de venderse a la plutocracia internacional,
de servir antes a un sistema deshumanizado y deshumanizante que a un pueblo
hastiado de que las élites gobiernen a sus espaldas. Le será sencillísimo, en
definitiva, adueñarse de ese votante del PSOE que, engañado por una farsa que presenta
distintos a los que piensan igual, imagina al votante de Rajoy como íncubo y al
afiliado del PP como súcubo.
Ante los ardides del sistema
para perpetuarse, las calles de España devendrán en tribunal revolucionario en
que el pueblo juzgará las malhadadas decisiones del presidente Rajoy y, al
tiempo, zaherirá a quienes lo enseñorearon con su voto. Todo un averno para el PSOE,
que, en lugar de orquestar este juicio popular, habrá de ejercer de María
Antonieta. “Muerte al cómplice necesario” será la arenga más repetida. Los días
transcurrirán y las esporádicas llamas de las calles se tornarán en majestuoso
incendio que, impulsado por el pestilente aliento de Podemos, pronto amenazará
con arrasar Ferraz.
Pasado un tiempo, el PSOE,
acuciado por las llamaradas, forzará la celebración de elecciones; y el pueblo, tan
sabio, llevará al garrote al partido político más dañino de la historia de
España, erigirá a Podemos en líder de la oposición y concederá a Mariano – que
ya habrá acabado de destruir el PP – una legislatura más en el poder. El
escenario político será, así, aún más desolador que el hodierno: un gobierno
regido por una banda de tecnócratas sin principios frente a una oposición
acaudillada por quienes no anhelan más que sustituir la casta por la
“nomenklatura”.