El problema del sistema educativo catalán no es el adoctrinamiento, sino el adoctrinamiento en la mentira. Su mal no es el dogma, sino el dogma falso e injusto.
Una
de las más distintivas características del hombre hodierno es su
incapacidad para enunciar diagnósticos adecuados respecto de males
sociales concretos. De este modo, por ejemplo, creemos que el mayor
problema del sistema educativo catalán es el ‘adoctrinamiento’;
un adoctrinamiento que han denunciado, en tono enternecedoramente
indignado, algunos de los más egregios representantes de los
partidos políticos españoles (esos mismos que, sin embargo, se
aseguran de que los niños engullan en toda España la alfalfa
producida por la ideología de género).
La
dura realidad es que atacar el adoctrinamiento, en abstracto, es
atacar la educación misma. Adoctrinar no consiste sino en inculcar
una serie de principios y dogmas a otros, generalmente más jóvenes.
No existe otra forma de enseñar, por mucho que los pedagogos
aseveren hogaño que el maestro debe limitarse a abrir la mente de
sus alumnos. ¿Qué padre de familia no enseña a sus hijos a hacer
el bien y a evitar el mal? ¿Qué profesora no educa a sus pupilos en
unos códigos morales concretos? ¿Qué abuela no le dice a su nieto
que debe amar al prójimo? Relacionamos el adoctrinamiento con la
oscuridad y la tiranía, pero tiene más que ver con la luz
penetrante de la educación; esa luz que incide sobre el hombre y le
permite construir unas bases sobre las que asentar su libertad.
Si a lo largo de la historia las generaciones jóvenes no hubiesen sido adoctrinadas en las verdades
más evidentes y puras, nuestro conocimiento de lo real sería hoy
exiguo. La cuestión es que los infantes ya no son educados en esas
verdades, sino en preceptos de ideologías que han envenenado nuestro
mundo. Cuando criticamos el adoctrinamiento en las escuelas
catalanas, realmente pretendemos denunciar las deletéreas ideas con
que el separatismo catalán contamina el alma de los niños. Mas,
como vivimos en una época que considera que todas las ideas son
válidas y respetables, disfrazamos esta noble pretensión y
arremetemos contra la esencia misma de la enseñanza.
El
problema del sistema educativo catalán no es el adoctrinamiento,
sino el adoctrinamiento en la mentira. Su mal no es el dogma,
sino el dogma falso e injusto. Ya nos enseñaba Chesterton que ‘el
dogma es en realidad lo único que no puede separarse de la educación
(…) Un profesor que no es dogmático es un maestro que no enseña’.
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