El otro
día tuve la oportunidad de ver la entrevista, por llamar de alguna forma a ese
grotesco espectáculo, de Risto Mejide al Padre Fortea. He de reconocer que
nunca había visto una entrevista del tal Risto y que – con las loas que
acompañan a su nombre cada vez que éste es pronunciado – me esperaba algo
mejor. Iluso de mí, habría de saber ya que, en España, las alabanzas de la
progresía patricia sólo pueden suponer putrefacción, ordinariez y simpleza.
Desde
el inicio, la entrevista prometía irreverencia y nimiedad, desvergüenza y
futilidad. Y es que a Mejide, ese conspicuo necio, no se le ocurrió cosa mejor
que tutear al P. Fortea, como si éste fuese igual o inferior a él. Y, claro, a esta
inicial osadía le siguió una serie de vomitivas preguntas en tono burlón
respecto al demonio, a las que el sacerdote exorcista respondió con admirable
respeto. (Véase: “¿El demonio tiene página web?”).
Mas el
espectáculo llegó cuando Risto, icono de una sociedad decadente, empezó a
preguntar – por no decir rebuznar – sobre la Iglesia católica en general. Nada
nuevo, los topicazos de siempre. Que si la pederastia por acá, que si las
inadmisibles declaraciones de los obispos respecto al aborto y el “gaymonio”
por allá. Muy previsible, Mejide; con lo buena que podría haber sido la
entrevista. Para variar.
Este
desolador panorama, caracterizado por la infundada superioridad intelectual de
quienes creen que la religión es pura superchería, fue agravado por lo que se
emitió después de la entrevista: Mejide y una actriz porno, paradigma de la
sicalíptica decadencia occidental, conversando en una especie de cama de color
rojo pasión. Todo en un tono curiosamente desenfadado, jovial y exquisitamente
respetuoso. Y es que, queridos lectores, en esta España hodierna, se enaltece a
las actrices porno al tiempo que se defenestra a los religiosos; se ensalza el
hedonismo al tiempo que se entierra en una profunda tumba a la pureza.
“España, España, que ensalzas a las que se desnudan y apedreas
a los que traen la Buena Noticia…”