Ya han
sido investidos los nuevos alcaldes y presidentes de las Comunidades Autónomas;
las bases para proseguir la que parece inexorable destrucción de España ya
están sentadas. Y en ellas, la posición del Partido Popular es más bien
irrelevante. Con pactos o sin ellos, el más traidor de los partidos políticos
españoles – hacia su electorado y sus ideas – ha sufrido un severo escarmiento
que probablemente sea letal.
Y, por
supuesto, la debacle del partido de Rajoy ha estado acompañada de lastimosos
lamentos, de lágrimas propias de plañideras que se habían creído intocables en
el más falso de los funerales. Es lo que tiene, creo yo, traicionar todo lo
prometido en un programa electoral pensando que eso saldría gratis. Es lo que
tiene asumir la ideología de género y demás preceptos progresistas manifestados
a la perfección en la acción legislativa del gobierno de Zapatero. La inacción
política y la renuncia a las ideas propias se pagan. Luego llegan lágrimas en
forma de arrepentimiento, llantos más propios de niños de preescolar que de
políticos.
Y es
que Rajoy, durante toda esta inane legislatura que todavía continúa, se ha
afanado en dejar atrás esos tiempos en los que asumía un rol protagonista en
cada manifestación antiterrorista; en dejar atrás esos tiempos en que se
erigía, ufano, como adalid de la defensa de la vida humana en esas dignas
convocatorias contra el aborto. De esos polvos vienen estos lodos, Sr Rajoy. La
renuncia a defender principios, a defender valores, ha condenado al PP; la traición ha provocado que ésos que aún
votan al partido de la gaviota lo hagan con
la nariz tapada previendo, legítimamente, un mal mayor.
Muchas
han sido las traiciones perpetradas durante esta legislatura: aborto,
matrimonio homosexual, memoria histórica, violencia de género, etc. Sirven
éstas como símbolo de la claudicación del PP ante el ideal progresista, como
símbolo de una derecha que ya no está representada políticamente.
Quizás
esas lágrimas que hoy inundan las páginas de los periódicos y los programas de televisión habrían sido
sonrisas satisfechas si el PP hubiese cumplido sus promesas. Quizás los
aprendices españoles de Pol Pot no estarían construyendo su particular autopista
hacia el averno si el gobierno de Rajoy, con sus traiciones, no hubiese dividido a una derecha
harta de ser poco más que la izquierda con quince años de retraso, harta de la infundada
superioridad moral del llamado “progresismo”.
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