Todo
comenzó con el despropósito del Estado autonómico. Fue entonces
cuando se volvió a dar alas a unos separatismos que habían
desaparecido durante el franquismo. Y no precisamente por los motivos
que se suelen argüir, mas ése es otro tema. Nos lamentamos ahora y
apelamos al artículo 155 de la Constitución, como si éste fuese a
remediar algo, como si aquello que no es sino papel mojado para los
que tensan la cuerda pudiera cortar y hacer brotar la sangre.
No
debemos centrarnos, sin embargo, en señalar con el dedo acusador a
la casta política catalana – que bien podría construir su
catalanista sueño húmedo en el vasto territorio de la Antártida –
sino a la española. Es ésta la que, en vez de urdir un discurso de
unidad nacional basado en la tradición y la historia común, en la
cohesión social y en la búsqueda conjunta de la verdad eterna, ha
preferido el discurso fútil e inane de la economía, de la
faltriquera; la complicidad miserable de las cesiones en materia
educativa. Y es que son los sucesivos gobiernos “centrales” los
que han allanado el terreno, con su perezosa inacción, sobre el que
los políticos secesionistas construyen su infernal y falsaria
autopista hacia la independencia.
Ahora los gobernantes de “Madrit”, desbordados por una situación de la que son parte responsable, se dedican a advertir a "Cataluña" de lo que acaecería si abandonase España, diciéndolo cual si eso
fuese una opción más, cual si una generación concreta de españoles
tuviese derecho a fragmentar y disponer a su antojo de una de esas
selectas patrias que han construido y civilizado el mundo. Pobreza y
salida de la Unión Europea, dicen PP, PSOE y sus lacayos, al tiempo
que preparan la disolución de España y de su soberanía y
territorio en el entramado burocrático de la instituciones europeas;
al tiempo que asfixian España haciendo cálculos de estimación de
voto. Demagogia y más demagogia.
La
situación ya no tiene arreglo. Tras muchos años de adoctrinamiento
en el odio y en el rencor en un lado y de contumaz pasividad cómplice
en el otro, lo único que podemos esperar son fervorosas plegarias a
la diosa legalidad y a su marido, la prosperidad económica. Y es que
no podemos pretender que defiendan España aquellos que ni siquiera
alcanzan a columbrar la grandeza de su significado; aquellos que sólo
velan por el opulento estado de su cuenta corriente.
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