“El bicentenario de aquel grito de independencia de
Hispanoamérica. Ése fue un grito nacido de la falta de libertades, de estar
siendo exprimidos, saqueados, sometidos a conveniencias circunstanciales de los
poderosos de turno”. Eso decía el Papa Francisco en su homilía de la Santa Misa
celebrada en el Parque del Bicentenario de Quito, donde también pidió perdón
por los crímenes de la conquista y colonización de América. Parece, pues, que
la leyenda negra española se ha cobrado una nueva víctima, que esos lacayos de
la falsa libertad que pregonan la maldad de España a diestra y siniestra han
conseguido envolver al Santo Padre en su masónico hilo de mentiras.
El Papa
Francisco – jesuita y argentino, para qué decir más – olvida, o simplemente
ignora, que el proceso de independencia americano fue liderado por una burguesía
criolla que, en contra de la voluntad popular y extraordinariamente influida
por el pensamiento masónico, decidió buscar una nuevo camino para acrecentar su
ya opulenta fortuna. Y es que poco le importa al Sumo Pontífice - en demasía
condicionado por la herética Teología de la Liberación a la que se supone que
tanto combatió – que los llamados procesos de emancipación se llevaran por
delante la vida de indígenas y mestizos cuyo único pecado era querer seguir
siendo españoles. Ahí está la limpia de “indios”, así los llamaban, que tuvo
lugar en la Patagonia y el Chalco a cuenta del novel Estado argentino a fines
del Siglo XIX. Eran los de arriba, y no los de abajo, los que no querían ser
españoles.
España
arribó a una tierra en la que los sacrificios humanos eran práctica cotidiana y
en la que regía ese viejo amigo de la injusta justicia. España liberó América
con el Evangelio, con la Buena Noticia, con la educación que los religiosos
brindaron a los indígenas; España liberó a América con la verdad, no con ese
batiburrillo de libertades – loadas por el Papa – que permitió que unos pocos
se enriquecieran a costa de la servidumbre de muchos.
Mientras
holandeses e ingleses esclavizaban a los indígenas de esos parajes a los que
llegaban, los españoles se mezclaban con ellos. Mientras Holanda e Inglaterra
exterminaban, España promulgaba las Leyes Nuevas de Indias, que dotaron a los
aborígenes de la misma dignidad que cualquier otro ser humano. Al fin y al cabo,
ésa es la congruente diferencia entre quienes desean amasar fortuna sin
escrúpulo alguno y quienes pretenden ir al mundo entero y predicar el Evangelio.
Pero al Papa Francisco esto último no parece entusiasmarle.
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