Cada
día presenciamos, gracias a esa gran pantalla embrutecedora que
preside el salón de todas las casas de España, un caso de violencia
doméstica. Cada día nos tornan partícipes, si bien de forma
indirecta, del sufrimiento de una familia destruida, del llanto de un
hijo huérfano, de la irremediable desesperación de una anciana
madre a la que un miserable ha privado de su hija. O de su hijo. Y
nos indignamos, gritamos bien alto el Estado debe poner fin al drama
y a la injusticia por todos los medios. Levantamos nuestro dedo
acusador y señalamos a la familia, esa machista institución, esa
obsoleta estructura de dominio y sumisión. Y esto último es
precisamente lo que quieren que hagamos quienes han conseguido,
siguiendo sus aviesos propósitos, que la violencia doméstica sea un
asunto de charlatanería cotidiana en las redes sociales.
Su
objetivo, el de esos facinerosos que dominan nuestras vidas desde el
parapeto de la penumbra, es propinar la definitiva estocada a la
familia, acabar de destruirla. Por eso la culpan de la violencia
doméstica; por eso afirman, sin que se les caiga la cara de
vergüenza, que el matrimonio es responsable de tanta sangre.
Olvidan, pensarán ustedes, que la mayor parte de casos de violencia
doméstica se dan en las llamadas parejas de hecho, que la violencia
doméstica no es sino la trágica e ineluctable consecuencia del
desmantelamiento de la familia. Con eso juegan, yo les diré. Ellos
tienen claro su fin y manipulan burdamente la realidad, como se
manipula un reloj de agujas del “chino” de la vuelta de la
esquina.
La
familia es la única institución en que el hombre es verdaderamente
libre. En ella, la persona es acogida tal y como es; en ella, se
cultivan los sentimientos fundamentales, las tradiciones más
arraigadas. Sin familia, el ser humano queda indefenso ante la
contumaz voracidad de la existencia, ante los posibles desmanes del
poder político. No permitamos que la emponzoñen con falsos
testimonios, no permitamos que la destruyan.Y es que, en caso de
permitirlo, no estaríamos sino pavimentando una siniestra y lúgubre
carretera hacia la esclavitud.
“El
lugar donde nacen los niños y mueren los hombres, donde la libertad
y el amor florecen, no es una oficina ni un comercio ni una fábrica.
Ahí veo yo la importancia de la familia”. (Gilbert
Keith Chesterton).