Hello
honey,
Acabo,
tras cinco intensos meses, mi periplo en España. En este tiempo, me
he empapado de su tradición, de su gente, de su gastronomía. Qué gran
país. Sin embargo, he podido ver cosas que jamás pensé que vería,
actitudes propias de un país avergonzado de sí mismo,
comportamientos que descubren a una sociedad enfrentada con su
gloriosa historia. En cierto modo, los españoles parecen sentirse
culpables por algo que no alcanzo a comprender y que, probablemente,
ni ellos entiendan. Me ha llamado mucho la atención su forma de amar
a la patria.
He
podido ver cómo en la final de una competición futbolística
llamada “Copa del Rey”, decenas de miles de personas pitaban al
himno de España al tiempo que su presidente - el de la Comunidad
Autónoma de esos que silbaban - sonreía con insolente
autosuficiencia. ¿Te imaginas que eso ocurriese en nuestro país? El
castigo sería ejemplar. Pues bien, aquí, en España, los
responsables de ese deleznable comportamiento quedaron impunes. Los
miserables.
He
podido ver cómo los partidos políticos que defienden la unidad de
España ante el delirio independentista catalán se autodenominan
“fuerzas constitucionalistas”. ¿Acaso es la Constitución de
1978 lo único que los mueve a defender la unidad nacional? ¿Acaso
proteger la unidad de la patria no es un imperativo moral, exista o
no Constitución? Me voy algo desconcertado; pareciera que no hay
historia antes de lo que ellos bautizaron como “Transición”.
Bloody hell.
He
podido ver que el principal argumento para defender la
indisolubilidad de la nación es aquel basado en las monedas y los
billetes. “La pela es la pela”, dicen. Así que, si de pronto el
interés económico recomendase la fractura de España, esos que
ahora se envuelven con cinismo en la bandera rojigualda no tendrían
reparo en despedazarla, en triturarla como si de un sucio trapo
cubierto de mocos y mugre se tratase. Amazing.
He
podido ver cómo, tras unas elecciones catalanas que se plantearon
como plebiscito entre unión y separación, esas fuerzas
constitucionalistas daban saltos de alegría al saber que un 53 por
ciento de los catalanes quieren seguir siendo españoles. Ni rastro
de la necesaria autocrítica; como si los partidos
constitucionalistas y su tibia defensa de la unidad nacional no
fuesen responsables de la irresoluble situación.
En
fin, darling, embarco ya. Cuando llegue, te contaré las
peculiaridades españolas con algo más de detalle. See you.