El
emotivismo, que siempre deja de lado la razón y la lógica, no
conduce a ninguna parte. Redacta titulares facilones, alcanza
conclusiones simplistas y saca fotografías impactantes, poco más.
Desecha la reflexión sosegada, el análisis riguroso; sólo le
importa provocar un grito indignado en el hombre que, sentado sobre
su sofá, ve la televisión o echa un vistazo al Ipad. En los últimos
días, miles de refugiados han llegado al viejo continente. El debate
está servido. ¿Han de ser acogidos? La respuesta parece clara, por
lo menos desde el punto de vista de la corrección política: sí.
Pero no es oro todo lo que reluce y no siempre la respuesta correcta
es aquella que primero se dibuja en nuestra mente. ¿Quién nos
asegura que todos los que llegan a nuestras fronteras en las últimas
semanas huyen de las mortíferas detonaciones? ¿Por qué hemos de
pensar que ninguna de las personas que aquí vienen trae más aviesas
intenciones que la huida?
Ayer
le dediqué un tiempo a ojear las dramáticas imágenes, las
bochornosas fotografías. Lo hice, quizás, para ser más consciente
del horror. Sin embargo, en mi particular cruzada hacia la empatía,
me topé con algo curioso. La mayor parte de los refugiados que
aparecían en las imágenes eran hombres. Hombres en edad militar,
entrando más en detalle. Sugerente, desconcertante, preocupante. Y
es que si yo fuera del Estado Islámico ( o de cualquier otra
agrupación yihadista) aprovecharía la situación para infiltrar,
entre los refugiados, a esbirros del yihadismo; utilizaría cadáveres
de niños para dar cierta lástima – tampoco se piensen que el
terror mueve muchas conciencias - a una opinión pública europea
demasiado acostumbrada al corto plazo y a las decisiones
irreflexivas. Para así dársela a Europa con queso, como un maldito.
Ayudar
a los refugiados es uno de los más acuciantes imperativos morales
que nuestra inmoral sociedad debe afrontar. No obstante, la ayuda no
debe radicar en abrir fronteras, pues eso constituiría más bien la
ineluctable aceleración de nuestro suicidio. La solución pasa por
dar esperanza a los refugiados – a los que lo son de veras - en
las zonas de las que ahora huyen, por iniciar, por fin, una política
razonable, unificada y coherente en Oriente Medio y en todo el mundo
musulmán. O sea, en Román Paladino ( que es lo que habla cada cual
con su vecino), exactamente lo contrario de lo que Occidente ha hecho
hasta ahora. Y es que, en los avisperos, se antoja demasiado
peligroso hacer política con el ojo puesto en las encuestas de
estimación de voto.
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