Robert
Filmer comparaba en su libro “El patriarca” la monarquía y la
familia. Según él, la relación entre un monarca y sus súbditos
debe ser la misma que existe entre un padre y sus hijos. El rey,
desde el punto de este pensador inglés del Siglo XVII, puede cometer
errores de gobierno, pero no por ello debe ser cuestionado su poder,
como en ningún caso puede ser cuestionada la autoridad paterna. El
monarca, así, pagaría sus errores en la otra vida.
Hogaño,
el argumento de Filmer sería tildado de disparatado y de retrógrado,
supongo. En España, por ejemplo, la principal defensa de la
monarquía radica en lo económico. “¡Pero si es más barata de lo
que sería una república!”, exclaman aquéllos que quieren ganarse
el favor de la Casa Real sin desentonar con nuestro tiempo ominoso;
aquéllos que pretenden estar en procesión y repicando. Mas esta
endeble apología de las bondades monárquicas no es sino la tumba en
la que será depositado el cadáver de los reyes que jugaron a
bailarle el agua a la era posmoderna. La somete a la coyuntura, a lo
circunstancial.
La
figura del monarca debe ser la del padre que vela por sus hijos, la
del hombre que protege a otros hombres de los desmanes de un poder
político rendido al culto del dinero. La monarquía, con su
establecido orden sucesorio, libra al poder de verse enfangado por
esas luchas intestinas que, en nuestro tiempo, sirven para decidir
quién se erige en representante supremo de la voz del pueblo. No
existe régimen político más noble, servicio más leal a la
sociedad. Sin embargo, en España, la monarquía ha renunciado a
cumplir su funciones más elementales. Tiempo ha que la monarquía
dejó de ser salvaguarda de la tradición y garante de la unidad
nacional. Ahora, es poco más que un florero que se afana en
contentar a esa corrección política que acabará por defenestrarla;
poco más que una pieza del inmoral tablero de nuestro tiempo.
La
monarquía española se ha convertido en un algo prescindible,
incluso reprobable. Ya no es baluarte de religión alguna, ya no es
fortaleza que proteja valor alguno. Atrás dejó esos tiempos en que
era familia del súbdito, institución defensora de la sociedad. La
monarquía se ha adaptado al mundo hodierno. Y es que, ya saben, una
monarquía adaptada a nuestra época no es sino una exótica
república con corona y cetro.
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