Hace unos días, me preguntaron
a qué responde el auge de Podemos, cómo comenzó su travesía hacia el poder. Yo,
tras meditar unos segundos, contesté que se debía a la traición perpetrada por
el PP contra sus electores, naturalmente. Ante lo aparentemente descabellado de
la respuesta, mi interlocutor me miró con incredulidad, como poniendo en
cuestión mi antaño incuestionable capacidad para analizar la realidad política
española. Bien, lo cierto es que no he perdido mis facultades – torpes, qué
duda cabe – para explicar la situación política española: si a alguien hemos de
achacar el ascenso de Podemos, es a Mariano Rajoy Brey.
Todo comenzó cuando el PP
decidió traicionar los puntos más sustanciales de su programa electoral. En ese
momento, los electores, descontentos con un partido al que habían brindado un
entusiasta apoyo en 2011, empezaron a mirar con buenos ojos el refugio de la
abstención o el cobijo de algunas formaciones políticas emergentes. Así, las
encuestas – esos efectivos instrumentos de movilización del voto –
manifestaban, vez tras vez, un reseñable descenso de votantes del PP. Ante esta
situación, los palmeros de Rajoy, que creyeron más lógico alimentar el
comunismo que enmendar los errores cometidos, pergeñaron una estrategia que no
podía fallar: apelar al voto del miedo.
Es en este punto cuando aparece
Pablo Iglesias. Súbitamente – o más bien por expreso encargo de los ominosos
augures demoscópicos del Partido Popular - el barrabás de la España
contemporánea comenzó a aparecer día y noche en los platós de televisión. De
este modo, aprovechando el descontento social provocado por la corrupción y la
dramática situación económica, Iglesias alcanzó la notoriedad suficiente para
formar un partido político, cosa que hizo allá por el invierno del 2014. ¡Et
voilà! Rajoy ya había creado el monstruo que le permitiría recuperar a esos
votantes que, traicionados, jamás regresarían al seno de su partido de no
existir la fiera comunista.
Fueron sucediéndose las elecciones,
y la bestia engordaba sobremanera, pues devoraba con fruición la pitanza del PSOE.
Los populares se percataron de que este desmedido crecimiento de la criatura les
venía muy bien; alimentaba el miedo, que era el único recurso al que podían echar
mano para no caer en la insignificancia de los setenta diputados. Y, así,
siguieron lanzando carne al ser. Podemos en las televisiones por el día,
Podemos en las televisiones por la noche.
Y con estas condiciones
llegamos a la campaña de las elecciones del 26 de junio. Al PSOE, tras haber
perdido su merienda, bien podríamos asemejarlo a un fútil espectro; Podemos, ya
obeso, se encamina desatado al asalto del cielo; y el PP, contumaz como el demente que golpea su cabeza contra un muro, sigue deleitando a los
más fieles de la parroquia con los repugnantes acordes del miedo. Lo más trágico de todo esto es
que algunos sigan viendo como valladar frente a la criatura a aquellos que no
hicieron sino desenjaularla.
Julio. gracias por compartir esta visión de una posible causa del crecimiento de PODEMOS. aunque supongo que hay muchas más.el poder es tan viejo como el mismo hombre. la única solución hodierna, la que mejor funciona, y funcionaría, es volver a entender que Gobernar debe hacerse para servir creando justicia y caridad. fuera de estas coordenadas siempre habrá fallos. un abrazo
ResponderEliminar¡Gracias, Pater! Es un placer tener lectores como usted. Abrazo.
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