Desde el 14 de julio, cuando
un hombre que tomó como arma un camión mató a más de ochenta personas, los
atentados yihadistas se han sucedido en Europa. Sin tregua. Sin piedad. Con un
objetivo claro. El último de los ataques acaeció ayer en Normandía, en una
iglesia. Dos sujetos, provistos, al parecer, de sendas catanas, tomaron a los
feligreses y al sacerdote como rehenes. A este último lo obligaron a postrarse
ante ellos y después, con un diabólico sermón en árabe como entremés, lo degollaron.
El macabro espectáculo, que dio un mártir más a la historia de la Iglesia,
quedó grabado en vídeo, un vídeo que habría sido difundido de no haber sido por
la policía, que felizmente abatió a esos dos miserables que, para dar rienda
suelta a sus impulsos nihilistas, encontraron legitimidad y amparo en el Corán.
Ayer mismo, el cardenal Sarah
se preguntaba en un tuit cuántos más muertos, cuántos más decapitados, harán
falta para que los gobernantes europeos reaccionen. Pues parece que muchos más.
La respuesta de los líderes europeos a los ataques yihadistas, que van camino
de tornarse en cuestión cotidiana, ha sido acomplejada, cobarde y errática a
partes iguales. Al ser preguntados por el enemigo, sólo alcanzan a mascullar
que son dementes que nada tienen que ver con el islam. Quizá por eso mueren
gritando “allahu akbar”; quizá por eso siguen al pie de la letra lo que el
Corán establece en sus más de 250 versículos llamando a la violencia contra el
infiel. Al ser preguntados por el objetivo que persiguen los enemigos – esa masa
informe de carne de consultorio psiquiátrico -, sólo alcanzan a aseverar, en
tono fatuamente solemne, que éste es acabar con la democracia. Como si el
carácter de Occidente pudiese reducirse a un régimen político concreto y
circunstancial.
Bien, queridos lectores,
eludir la realidad para sostener dogmas manifiestamente equivocados es una de
las más eficaces formas de suicidio colectivo. ¿Y cuáles son los dogmas? El
primero de ellos señala que el islam es una religión de paz, mientras que el
segundo afirma, con la desvergüenza que solo el aplauso popular confiere, que
el multiculturalismo es positivo.
El islam no es una religión de
paz. En su libro sagrado, el Corán, se detalla, por ejemplo, cómo un hombre
debe pegar a una mujer sin dejarle marca y se explica, por supuesto, cómo
perseguir al infiel. Las formas más repetidas, la crucifixión, el degüello y,
en el más amable de los casos, el pago de un tributo. No quiero afirmar con
esto que todos los musulmanes llevan a cabo prácticas tan exiguamente saludables
desde el punto de vista moral, pues sería un necio si lo hiciese. Lo que digo,
y eso sí que constituye una verdad irrefutable, es que todos los musulmanes que
quieran matar al infiel encontrarán amparo en su sagrada escritura. Y esto es
algo que no ocurre en las otras dos religiones monoteístas.
En cuanto al
multiculturalismo, que no es sino la ingenua creencia de que personas con
códigos morales, culturales e incluso legales distintos pueden convivir, sin
cesiones, bajo el paraguas de una misma organización política, la historia
prueba su inviabilidad. No en vano, los atentados en suelo europeo se han producido
en aquellos países que han llevado el multiculturalismo a sus últimas
consecuencias, hasta el punto de permitir la creación de guetos en que no rige
la ley del Estado, sino la Sharia. Francia, Bélgica y ahora Alemania, gracias a
su infausta gestión del problema de los refugiados, son casos paradigmáticos.
La corrección política, que
bien podría definirse como el tributo que el dogma rinde a la mentira y al
relativismo, es la mayor debilidad de Occidente en esta lucha. Consecuencia de
aquélla son la sempiterna ocultación de la verdad, la concepción del islam como
religión de paz y la consideración de que los verdugos – esto es, los
islamistas – son, en verdad, víctimas de un sistema que los oprime. Así, acabar
con la corrección política se antoja condición indispensable para ganar las
primeras batallas de la guerra(esta última ya la hemos perdido en el vientre de nuestras
mujeres). Sin embargo, como esto es cuestión de años y nosotros no gozamos de
ese don tan valioso que es el tiempo, bien podemos empezar a vivir con la
certeza de que saldremos derrotados en el primer envite.
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