Llueve sobre mojado. Esta
semana el Papa Francisco ha estado en Lund (Suecia) celebrando el 500
aniversario de la Reforma luterana. Días antes recibió al tirano comunista
Maduro en el Vaticano. Semanas antes respaldó la claudicación del vanidoso
Santos ante la narcoguerrilla de las FARC, responsable de más de 200.000 muertes
y de ingentes violaciones y secuestros. Meses antes aseveró que el islam – en
cuyo libro sagrado se apela más de 250 veces a la violencia contra el infiel –
es una religión de paz. Un año antes pidió “perdón” a los hispanoamericanos por
los “crímenes” perpetrados por España en la conquista. Años antes, en uno de
estos coloquios de avión ya famosos por su condición tragicómica, estableció un
repugnante símil entre las madres que tienen muchos hijos (siguiendo las
enseñanzas de la Iglesia, por cierto) y los conejos.
La travesía sueca, sin embargo,
constituye el más grave error de todos los cometidos por Su Santidad. Y es que
ya no es achacable a su contumaz tendencia de decir lo primero que se le pasa
por la cabeza; ni siquiera a su desmedida ignorancia, impropia de un pontífice.
El Papa ha participado en la celebración de los 500 años de la Reforma con
plena conciencia de sus actos. Allí, plenamente consciente de lo que hacía, se
ha afanado en ensalzar la vida espiritual de Lutero, un tipo que, en aras de justificar
su lujuria, negó la libertad del hombre, al que creía incapaz de hacer el bien
como consecuencia de su naturaleza devastada por el pecado original. (Aquí
encontramos, por cierto, la génesis de ese nihilismo que aflige a la sociedad
occidental hodierna).
Otro de los disparates con los
que el Papa ha alborozado a los enemigos de la Iglesia y ha abochornado al
rebaño fiel esta semana es eso de que Lutero “contribuyó a que la Iglesia diese
mayor centralidad a las Escrituras”. Ése es el bello sintagma con el que Su
Santidad disfraza la ominosa realidad que consagró Lutero: la libre
interpretación de los textos bíblicos, que es madre del relativismo y el subjetivismo
moderno, por los cuales el hombre ya no está llamado a descubrir la realidad
exterior, sino a crear en su mente una realidad inexistente. La dura verdad – y
mal haríamos los católicos en ignorarlo - es que el Papa Francisco ha estado
rindiendo pleitesía a una persona que se ciscó en los sacramentos y en el culto
a la Virgen María y a los santos; a una persona que supeditó el ámbito
religioso al poder político de los príncipes alemanes y que, en su pulsión
antisemita, llamó a quemar las escuelas rabínicas.
En Suecia, Su Santidad también
nos conminó, a católicos y protestantes, a superar las controversias que nos
dividen para alcanzar la tan anhelada unidad. Barrunto que a eso ha quedado reducido
el ecumenismo. A que los que dicen que el hombre es libre y los que afirman que
el hombre es esclavo se pongan de acuerdo concluyendo que el hombre es medio
libre. Mi Torre de Marfil, que nació
para combatir el relativismo, no participará de este siniestro espectáculo en
que la verdad se torna objeto de mercadeo. Nosotros oramos porque los
protestantes abracen la verdad, encarnada en la Iglesia católica. En ningún
caso por la unidad a cualquier precio.
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