En
marzo del pasado año Rusia se anexionó Crimea. Desde entonces, los desmanes
putinescos en el este de Europa, en particular en el este de Ucrania, se han
sucedido de modo tan natural como se suceden borrascas y anticiclones,
atemorizando a esos países que, tras liberarse de la hoz y el martillo, tiempo
ha dieron un paso hacia Occidente.
Como
casi siempre, la reacción europea - y la norteamericana - ha sido tibia. Sanción
por aquí, sanción por allí. Rueda de prensa envenenada por acá, rueda de prensa
envenenada por allá. Sin embargo, lo más preocupante no es la tibieza de la
respuesta, sino su palmaria ineficacia, su manifiesta incompetencia. Las
sanciones han quedado probadas como insuficientes y las amenazas de Putin como
extremadamente coercitivas. Y no es casualidad.
El
pueblo ruso está acostumbrado a sufrir, a pasar penurias. Fríos inviernos de
escasez y hambre han marcado su historia. Por ello, ante las sanciones
impuestas (véase la de las naranjas), Putin no puede sino desternillarse en la
cara de los líderes europeos. “El pueblo ruso no se va a rendir por unas
naranjas de menos “, le dirá don Vladimiro a su legítima en la intimidad de la
alcoba, “¿Qué se habrán creído estos tipos tan ingenuos”?
Por el
contrario, la ausencia de gas ruso amedrenta a los políticos europeos. La
reacción de la sociedad sería furibunda. Europa ha olvidado qué es el sufrimiento,
qué es la penuria, qué es la escasez, qué es el hambre. Europa no recuerda lo
que es la dignidad, lo que es el honor, lo que es el esfuerzo. Andamos sumidos
en la molicie del dinero, en la comodidad del sofá mullido. Estamos ciegos;
tapan nuestros ojos el coche, la televisión, el chalé, el Ipad. Por ello,
resulta inverosímil que, en un alarde de valentía, les hiciésemos ver a
nuestros políticos que por encima del gas ruso, por encima del bienestar, está
nuestra dignidad y nuestra honra. Pero como digo, eso es algo, ahora,
inverosímil.
La
sociedad occidental de hogaño es realmente fascinante. Lleva a tal nivel el
anhelo de comodidad y bienestar que casi
todos los demás deseos quedan parapetados bajo un opaco manto de indiferencia.
Europa no está preparada para las penalidades ni de las sanciones ni de la
guerra. Europa, si sigue este camino, está abocada a la más humillante de las
desapariciones. La de la inconsciente rendición, la de la gozosa sumisión.