Muchos
son los mitos que sobre la figura de Franco caen sin pudor alguno. A
una educación monopolizada por el vacuo pensamiento progre debemos
agradecerle el predominio de lo ominoso cuando hablamos del régimen
franquista, la ausencia de claros en algo que debería ser más
parecido a la pintura de Caravaggio que al “todo negro y te
callas”. Y es que aquí quien columbra algo bueno en el franquismo
– ya ven que no empleo el verbo “ver” - es condenado al garrote
vil mediático, es relegado al ostracismo.
Mucho
se ha hablado del antisemitismo de Franco y de su política
colaboracionista con el holocausto nazi. Sin embargo, lo cierto es
que no hay más que recurrir a estas palabras que Golda Meir
pronunció en la Knésset el 10 de febrero de 1959 para percatarse de
que tras esas acusaciones no subyace sino un odio viperino y
arbitrario hacia el franquismo. “El pueblo judío y el Estado de
Israel recuerdan la actitud humanitaria adoptada por España durante
la era hitleriana, cuando ayudó y protegió a muchas víctimas del
nazismo”.
Y
es que con mucha facilidad olvida la “historietografía” manejada
por progres y comunistas los 30.000 judíos que, según el
historiador Martin Gilbert, se salvaron en los pasos fronterizos de
Hendaya y de Port Bou después de que Francia hubiese sido ocupada
por las fuerzas nazis. De hecho, las pruebas de que la policía
española permitió cruzar la frontera a todos los judíos que lo
intentaron – incluso a los que no llevaban documentación – son
ingentes e irrefutables.
Con
mucha facilidad se olvida también que en 1942, cuando la persecución
a los judíos se tornó aún más despiadada y mezquina, el Gobierno
Español permitió a sus representaciones diplomáticas conceder
visados y pasaportes a los judíos sefardíes que se hallaban en las
zonas de ocupación nazi. Unos 50.000 judíos se salvaron de este
modo. Queda en nuestra memoria la figura del ángel de Budapest, Sanz
Briz. En palabras de Shlomo Ben-Ami y de Israel Singer
respectivamente: “España salvó más judíos durante la Segunda Guerra
Mundial que cualquiera de las democracias”; “No quiero defender a
Franco, pero en la Segunda Guerra Mundial muchos judíos fueron salvados
en España e ignorarlo es ignorar la Historia”.
No
esperen, en cualquier caso, queridos lectores, que estas hazañas les
sean contadas a menudo. Y es que quienes en nuestro infausto solar
patrio dominan el pensamiento histórico actual son los que más
atentan contra la Historia, poniéndola al servicio de una ideología
resentida que aún no ha aceptado su derrota en la Guerra Civil. Ya
saben ustedes que reescribir la Historia es algo habitual en aquéllos
que se resisten a asumirla.