Corren
malos tiempos, queridos lectores, para aquéllos de ustedes que se consideren de
derechas. En España, la “derecha política” ha quedado reducida a la nada
absoluta; ha quedado náufraga tras sucumbir a los intensos vientos de eso a lo
que llamamos corrección política y que no es sino el vivo reflejo de la
infundada superioridad moral de una izquierda que ha tomado la ideología de
género por bandera.
Lo
cierto, como les digo, es que son exiguos los partidos políticos que han
resistido, impertérritos, al vendaval. Y mejor no hablemos si únicamente nos
centramos en aquéllos partidos con representación parlamentaria o con grandes
aspiraciones. PP, PSOE, UPYD, Podemos, Ciudadanos… Son simples caras de una
misma moneda. Son progresistas con matices; socialdemócratas con pequeñas y, al
final insustanciales, diferencias.
Pocos
partidos políticos osan, en nuestro desventurado solar patrio, representar unos
principios cercanos al conservadurismo y al liberalismo. Quizás VOX sea una
alternativa de futuro. Nadie defiende ya el derecho a la vida y a la propiedad
privada. Nadie defiende ya una economía basada en el libre mercado; una
economía en la que el dinero esté en la faltriquera del ciudadano y no en la
colosal barriga de un Estado hipertrofiado que tiempo ha sobrepasó sus límites
de acción. Nadie defiende ya a la familia natural - abandonada a su suerte tras
los numerosos ataques padecidos - ni a las víctimas del terrorismo, humilladas
por una casta política pusilánime que ha claudicado ante el terror y la violencia.
Las
elecciones municipales están a la vuelta de la esquina y el panorama político
resultante de éstas probablemente sea desolador. Gane el PP, gane el PSOE, gane
Podemos o gane Ciudadanos tendremos más de lo mismo. Más aborto, más matrimonio
homosexual, más impuestos disparados, más Comunidades Autónomas y más divorcio
exprés.
Es hora de construir una sociedad de verdad;
es hora de afirmar que los españoles no estamos abocados a elegir entre una
light socialdemocracia camuflada de “centro reformismo” y un ruinoso comunismo
del Siglo XXI disfrazado de “transversalidad”. Llegó el tiempo, pues, de que la
derecha salga del ostracismo en que se halla sumida. Llegó el tiempo de que el
progresismo sea desposeído de su vulgar monopolio de las ideas.
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