Los
facinerosos desfilaban uno a uno en la entrada del juzgado. Debían
pagar por sus delitos, por sus desmanes, por hacer lo habitualmente
llamado “trincar de lo público”. Un enardecido gentío, ya
cansado de la perpetua tomadura de pelo, de la aparente impunidad,
les dedicaba los menos agradables insultos. Los increpaba sin
percatarse de que los malvados que recibían sus gritos no eran sino
la parte manifiesta de su latente enfermedad.
En
ocasiones, los españoles tendemos a tratar a la clase política que
padecemos cual si ésta fuese un islote; una unidad independiente de
la sociedad; una especie de congregación de alienígenas que ninguna
relación guarda con usted, querido lector, y conmigo. Solemos
apreciar sus corruptelas como una realidad paralela ajena a nuestros
poco ejemplares comportamientos.
Esto,
en mi opinión, es un error rayano en lo pueril, pues no hay más que
observar con cierto detenimiento la realidad que tan lóbrega se nos
presenta para dilucidar que la casta política, cuya contumaz
incapacidad y desfachatez sufrimos, es producto nuestro; es resultado
de una sociedad enferma y obcecada. Una sociedad que, hasta este
período de vacas flacas, había restado importancia a los desmanes
de los políticos.
Queda
muy bien, precisamente porque nos exime de culpa, criticar a los
hampones que nos gobiernan y roban dejando al margen de la crítica a
la ciudadanía. No obstante, es indispensable preguntarse si una
banda de ladrones gobernaría en un país en que los niños no
copiasen en los exámenes o en que la propia sociedad no arrojase al
basurero del olvido su tradición; si una sociedad lúcida, leída y
culta permitiría que una cuadrilla de golfos apandadores dirigiese
sus pasos.
La
respuesta a esta pregunta se me antoja accesible incluso para las
mentes menos lúcidas: no, no se harían con el poder. Y es que si
ahora tenemos que lidiar con unos políticos que se han corrompido
hasta el tuétano es porque nosotros, anteriormente y en muestra de
clara patología, hemos depositado nuestra confianza en ellos.
Nosotros, y sólo nosotros, hemos delegado el poder en una banda de
protervos inútiles. Nosotros, y sólo nosotros, somos los creadores
del monstruo que hogaño nos devora con saña.
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