El
atentado que ha tenido lugar en el día de hoy en la sinagoga de Har
Nof, saldado con la muerte de seis judíos, ha servido para que
algunos den rienda suelta a su vil antisemitismo. Ha sido utilizado
por algunos para seguir denunciando, de forma torticera, el
establecimiento de asentamientos judíos en zonas ocupadas por
palestinos hasta 1967.
Ciertamente,
este argumento, que apunta a la política de mano dura del gobierno
de Netanyahu como responsable de la violencia palestina, es
fácilmente desmontable. La realidad de la actitud violenta de los
árabes hacia los judíos responde a algo que trasciende la acción
del actual gobierno israelí, a algo que se remonta tiempo atrás y
que, con el paso de los años, se ha ido agudizando fruto de la
impotencia y la incapacidad de los palestinos para hacerse dueños de
su propio destino.
Ya
antes de la formación del Estado de Israel los palestinos estaban en
manos de unas élites a las que poco importaba su sino. Unas
élites, encarnadas a la perfección por el Mufti de Jerusalén Haj
Amin Husseini, que junto con los demás países árabes los han
empleado, a ellos y a sus desventuras, para someter al pueblo hebreo
a continuos e ilógicos ataques.
Es
la casta gobernante palestina la responsable de la actitud violenta
de su población. Es el constante adoctrinamiento que las masas
musulmanas reciben en contra de Israel el culpable de tanta
agresividad. El problema no es la acción de los gobiernos judíos;
el problema radica en el rechazo de un Estado judío en Tierra Santa
desde su génesis.
Por
ello, la idea de que la paz se alcanzará con la formación de un
Estado palestino delimitado por las fronteras anteriores a la Guerra
de los Seis Días es equivocada. Tras la hipotética formación de
éste, las hostilidades provocadas por los árabes continuarían, ya
que el sentimiento de odio hacia Israel es increíblemente intenso,
incluso más intenso que el deseo de gozar de un esperanzador
porvenir.
Lo
cierto es que la paz no se alcanzará hasta que los palestinos, más
concretamente los dirigentes que los adoctrinan, reconozcan el Estado
judío y la necesidad histórica de su existencia. Mientras, y lo
digo con la pesadumbre propia de quien es consciente de que es algo
que no ocurrirá pronto, los atentados palestinos y las represalias
israelíes se seguirán sucediendo como se suceden anticiclones y
borrascas, en una encarnizada lucha por el dominio sobre el otro.
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