El otro día, apareció en
televisión uno de esos supuestos intelectuales a los que tanta pleitesía se
rinde en este país de broma. El menda, preguntado por la Guerra Civil, vino a
decir, entre muchas otras cosas, que quienes aquí defendieron la democracia y
la tolerancia – le faltó mentar los derechos humanos - en la década de los
treinta fueron las izquierdas del PCE,
PSOE y la FAI. Y se quedó tan ancha, la criatura.
Supongo que el intelectual
pasó por alto que la II República se proclamó después de que las candidaturas
monárquicas obtuvieran más del doble de los votos que obtuvieron las
candidaturas republicanas. Supongo que olvidó que esos comicios celebrados en
1931 eran municipales, ni plebiscitarios ni gaitas. Supongo que ese bufón de la
corrección política no quiso mentar que la sacro santa II República Española se
declaró, de forma ilegítima, tras un gesto de infinita cobardía de Alfonso
XIII.
Imagino que ese tonto del
haba engalanado con tirantes desconoce que, tras la victoria de la CEDA en las
elecciones de 1933, el PSOE amenazó al presidente de la República, Niceto
Alcalá Zamora, con llamar a la sublevación si le otorgaba el gobierno al
partido monárquico. Imagino que el contumaz cómplice del justiciero Garzón
ignora el golpe de Estado que la izquierda protagonizó contra la República en
octubre de 1934.
Barrunto que ese individuo,
cuyo nombre aún no revelaré, olvidó mencionar las constantes acusaciones que
Julián Besteiro dedicó a sus compañeros del PSOE. Acusaciones que denunciaban
un acercamiento del “moderado” Partido Socialista a Moscú, acusaciones que
apuntaban a los “demócratas” Largo Caballero e Indalecio Prieto, entre otros,
como responsables del sometimiento de los socialistas españoles a los designios
de ese nunca bien ponderado promotor de los derechos humanos llamado Iósif
Stalin.
Deduzco que el gran Wyoming prefirió
no referirse al asesinato, en 1936, del líder de la oposición, José Calvo
Sotelo, que no fue sino otro de los magnicidios protagonizados por la
izquierda. Deduzco que no estimó oportuno mencionar la quema de conventos e
iglesias, las Checas o la matanza de Paracuellos. Deduzco que, en ese momento,
al payaso de la televisión la verdad le resultaba un incordio, un óbice del que
se libró con unas risas previas.
Lo peor es que son muchos
los que comparten las falacias de Wyoming. Lo peor es que, incluso en los
círculos cultos, la verdad se ha tornado en simple títere del interés
ideológico. Y es que, por lo menos en España, a aquéllos que no aceptan la Historia, sólo les queda reescribirla.
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