Muchas son las voces que comparan la actitud
que las democracias occidentales están hogaño manteniendo con respecto a la
política expansionista rusa en Ucrania con la que en su día mantuvieron con
respecto al expansionismo nazi antes del estallido de la II Guerra Mundial. Una
actitud de claudicaciones y más claudicaciones que, a ojos de muchos, tornó a
Alemania lo suficientemente poderosa como para
lanzarse a la conquista del continente europeo en busca del llamado espacio
vital (“Lebensraum”).
Entre los años 1935 y 1936, Hitler se
anexionó el Sarre, por medio de la celebración de un plebiscito entre la
población de la región; impulsó el rearme de la sociedad alemana; estableció el
servicio militar obligatorio; procedió a la creación de una fuerza aérea; y,
además, ya en marzo de 1936, inició la remilitarización de Renania. Es decir,
en ese período de tiempo Alemania violó gran parte de las sanciones que le
habían sido impuestas en el Tratado de Versalles sin que se produjese reacción
alguna entre las grandes democracias europeas.
Fue Gran Bretaña, gobernada por el
conservador Chamberlain, el principal baluarte de la política de apaciguamiento
respecto a Hitler. Esta actitud se debió a la firme -o no tan firme- convicción
de que, una vez satisfechas sus ansias de reunificación germánica, su política
expansionista, y con ello su permanente desafío a lo establecido en el Tratado
de Versalles, cesaría. Esta política del “premier” británico contó, otrosí, con
el beneplácito de Francia.
Sin embargo, la posición de Chamberlain fue
interpretada por Hitler como una actitud de tolerancia a su programa
expansionista, como una actitud semejante a la postración que daba a entender
que sus próximas acciones no conllevarían una dura respuesta por parte de las
democracias. De este modo, en marzo de 1938, las tropas alemanas ocuparon
Austria y, tras una fuerte campaña de propaganda, Hitler forzó un referéndum
que se saldó con la incorporación del territorio austríaco al Reich (Anchluss).
Semanas más tarde, procedió a la ocupación de la región, en ese momento
checoslovaca, de los Sudetes.
A partir de ese momento, el mandatario alemán
tomó la iniciativa política y en septiembre de 1938 convocó a los jefes de
gobierno de Francia, Gran Bretaña e Italia en la llamada Conferencia de Munich.
Allí se pactó la integración de los Sudetes en Alemania a cambio de garantías
de que Hitler no emprendiese una agresión sobre el resto de Checoslovaquia.
Este acuerdo fue acogido con júbilo, hasta el punto de que Chamberlain, al
llegar al aeropuerto de Londres procedente de la ya mentada conferencia, afirmó
que se había salvado la paz, tan puesta en riesgo en las últimas fechas.
Es conocido por todos lo que llegó después:
la desaparición de Checoslovaquia en marzo de 1939, tras la anexión de Moravia
y Bohemia a Alemania, y el estallido de la Segunda Guerra Mundial.
Puede considerarse que esta política que llevaron a cabo las democracias, de
carácter marcadamente pacifista y cortoplacista, es equiparable a la que hoy
día se está tomando frente a Rusia. Y las tibias y poco efectivas reacciones
tras la anexión rusa de Crimea así lo acreditan. Las democracias liberales se
están comportando con Putin como en su día hicieron con Hitler, movidas por un
excesivo miedo a la guerra.
Y es que parece evidente que si finalmente el
presidente Putin se sale con la suya en
el este de Ucrania- si es que no se ha salido con ella ya - pronto mirará a
Polonia; y quién sabe si luego al resto del continente europeo. Por ello,
resulta indispensable una pronta y
verdaderamente contundente respuesta occidental a los desmanes de Putin. Se le
debe hacer ver que, frente a su anhelo de volver a hacer grande a Rusia, hay unas
democracias con las ideas claras. Y eso no se consigue con reacciones y
sanciones como las vistas hasta ahora; eso se consigue con castigos ejemplares.
Me ha parecido muy buena la analogía. Sin embargo, ¿no crees que las intenciones de Putin distan de las que tenía Hitler?
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario, Cristina. En efecto, no se pueden equiparar las intenciones de Putin con las que tuvo Hitler. No obstante, sí se puede establecer una relación entre la actitud que las democracias mantuvieron con la política nazi y la que mantienen con Putin.
EliminarSaludos,
Julio Llorente