Los partidos políticos nos
han presentado las elecciones del 20 de diciembre como aquéllas que cambiarán
España. Nos han vendido eso del cambio sensato y necesario. Sin embargo, no nos
han explicado en qué narices consistirá el cambio; qué carajo va a mutar el día
después de que la fiesta de la democracia descorche su caduco champagne.
Empiezo a sospechar que ese anhelado cambio no es sino la consolidación de la
política como disciplina circense.
Muchas son las infectas
palabras que los políticos han repetido durante esta precampaña.
“Regeneración”, “nueva política”, “transparencia”… Todos ellos, permítanme
decirles, vocablos vacíos de contenido, expresiones rimbombantes tras las
cuales la inanidad de pensamiento oculta sus vergüenzas, su escasez de propuestas
serias. Como ven, cambio, ninguno.
Con su permiso, les diré lo
que creo. El 21 de diciembre, el panadero seguirá levantándose a las seis de la
mañana para hornear la harina, y el cartero seguirá repartiendo el correo de
portal en portal. El 21 de diciembre, el español medio – ese al que los
políticos han expoliado – continuará sin estar representado en el Congreso de
los Diputados. Sí, ese humilde compatriota que no se identifica ni con la
demoníaca ideología de género ni con el disparatado multiculturalismo. Y lo que
es más grave: el 21 de diciembre nuestras cifras macroeconómicas seguirán
bailando al son de los acordes tocados desde Bruselas; los 100.000 niños que
son abortados cada año en España continuarán hacinándose en nuestra ya
concurrida y putrefacta escombrera moral.
Les dicen que todo cambiará
después del 20 de diciembre. Es más, les aseguran que ya todo ha cambiado, que
ha llegado una nueva política más cercana al ciudadano. No les crean, queridos lectores, pues mienten. Y ellos lo saben. Nada ha cambiado y nada cambiará.
Seguirán corrompiéndose, seguirán haciendo de la administración pública un complejo
entramado de amigotes. Continuarán incumpliendo programas electorales,
continuarán jugando con nuestra libertad, con nuestra dignidad y con nuestra
nación al tiempo que hacen cálculos de estimación de voto. Este es nuestro
sistema; el sistema que, con años de silente consentimiento, hemos construido.
Ya es demasiado tarde para cambiarlo.
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