Los madrileños no podemos
decir que la política sea aburrida. En los últimos tiempos, gracias a nuestra
infausta alcaldesa, hemos tenido la oportunidad de reírnos de quienes gobiernan
a golpe de ocurrencias, majaderías y sectarismos; de quienes creen que el pleno
del Ayuntamiento de Madrid es la barra del bar de la esquina. Carmena y su
séquito de antisemitas, magnicidas y “asaltacapillas” nos han deleitado en los
meses más recientes con una serie de ideas que, de no tener un trasfondo tan
perverso, serían dignas de llenar los bocadillos de un cómic.
Barrunto que recuerdan ustedes
esa propuesta de que las madres limpiaran, en desventurada asociación, los
colegios. Deduzco que aún guardan en su memoria esa llamada a que los
universitarios recogiesen la mierda de las calles. El botellón, decía la
abuelita lobo. Imagino, porque es bastante reciente, que tienen presente esa
ocurrencia de repartir tarjetas rojas a los niños para que se las mostrasen a
sus padres cuando éstos arrojasen una colilla al suelo. Por no hablar de esas
reinas magas que no harán sino robar la ilusión de esos niños que, criados en la
tradición cristiana, aguardan ávidos a que sus Majestades de Oriente les
lleven los regalos. (“Papá, ¿¡por qué Baltasar es una mujer!?)
Sin embargo, no deberían ser
motivo de irrisión, ni siquiera burlesca, los desesperados intentos de Carmena
de eliminar los restos franquistas del callejero madrileño. Todo comenzó con el
lío de la Plaza Vázquez de Mella, ahora llamada “Pedro Zerolo” en honor a un
tipo cuyos méritos pueden resumirse, grosso
modo, en practicar sexo anal con otro tipo. Pues bien, a Vázquez de Mella
lo acusaron de franquista habiendo muerto en 1929. Todo vale para darme la
satisfacción de crear héroes (Zerolo) que en verdad no son tales. He aquí la
similitud entre Zerolo y Nelson Mandela, por ejemplo: la mistificación de la
vida de ambos en aras de dar dioses de carne y hueso – en este caso, de chicha
y nabo - a una sociedad que, por atea, necesita creer en algo.
Ahora, con el apoyo de
Ciudadanos, la alcaldesa que adula a la oposición a base de magdalenas
procederá a eliminar toda “calle franquista” de Madrid, como si las calles
pudiesen hacer profesión de fe. Habrá que preguntarle a Carmena si también está
dispuesta a acabar, por franquistas, con la Seguridad Social, los pantanos o la
clase media. Supongo que conocen la respuesta. Todo se debe, en fin, a una
incurable patología de la izquierda española, incapaz de asumir la derrota en
la Guerra Civil; todo responde, en fin, a ese principio, tan humano como
estúpido, de querer rescribir la historia cuando algunos episodios de ésta no
discurrieron al desnortado gusto de cada uno.
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