No deseaba escribir este
artículo. Es más, rezaba para no tener que escribirlo. La fiesta de la
democracia nos dejó ayer una ingobernable pista de baile de la que Mariano
Rajoy y su desventurado partido son máximos responsables. Sí, son responsables
de destruir los principios y convicciones sobre los que otrora se asentaba la
derecha; de fragmentar a ésta con sus cómplices silencios, con sus miserables
compadreos con el mal. Ahora llega el momento de los pactos, llega la hora de
dirimir si el temido Frente Popular se consuma como opción de gobierno. Sin
embargo, no es el Frente Popular – ni el infausto Mariano Rajoy – lo que me
ocupa en este breve texto. Lo que me turba son, más bien, esas oportunidades
desperdiciadas; esos temas que no se abordarán en el Congreso de los Diputados
durante los próximos años.
Gobierne Rajoy, el estornudo o
el coletas, nadie hablará en la tribuna de oradores del Parlamento de esos cien
mil niños que son sacrificados cada año en España; de esas personas no nacidas
que llevan perdiendo elección tras elección desde hace demasiado tiempo. Nadie
osará afirmar que la ideología de género es un cáncer para nuestra sociedad y
que, por mucho que se obcequen algunos, el matrimonio es la unión entre un
hombre y una mujer. En los próximos años, continuaremos el umbrío camino de las
de cesiones de soberanía, la oscura travesía del sometimiento a los inmorales
dictámenes de la Unión Europea. Seguiremos, en definitiva, hacinando mugre en
nuestro ya concurrido basurero moral. Son tantas las cosas de las que no se
hablará en el Congreso… Y la responsabilidad es nuestra; hemos desaprovechado
una oportunidad de oro.
Los votantes de derechas nos
hemos resignado a la derrota en la batalla de las ideas. Hemos echado por la
borda la oportunidad de hacer ver al Partido Popular que, por encima del
bienestar económico, tenemos principios a los que no estamos dispuestos a renunciar;
hemos desperdiciado la ocasión de levantarnos contra ese relativismo que todo
lo oprime, contra ese multiculturalismo que no refleja sino nuestras contumaces
ansias de suicidio.
El panorama político
resultante de las elecciones es preocupante, desolador. Deja sin voz a quienes
aún creen en la civilización cristiana y en el deber histórico y moral de
Occidente; deja inermes a esos valientes que todavía se atreven a cuestionar y
combatir la burda tiranía de la corrección política.
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