domingo, 14 de febrero de 2016

El patriotismo necesario

Decía Lord Byron que quien no ama a su patria no puede amar nada. En los últimos días, el escenario político español se ha convertido en tragicomedia – más trágica que cómica – representada por unos señores que, lejos de velar por el interés de sus compatriotas, se afanan en conseguir un sillón en el que sentar sus posaderas durante los próximos cuatro años. Los políticos a los que nos ha tocado padecer siguen discutiendo cómo repartirse ministerios, cargos y prebendas, al tiempo que en Cataluña se urde un golpe de Estado, al tiempo que las familias españolas pasan las de Caín para llegar a fin de mes. Ellos están a lo que están. A la poltrona.

Observando la actual situación, no resulta difícil percatarse de cuál es el mal que aflige a nuestros políticos y, en consecuencia, a nosotros: la falta de patriotismo. Es éste un mal que emponzoña y corrompe la política, un mal que aboca a la extinción a toda democracia liberal que lo sufre. Durante años, los partidos españoles han antepuesto sus propios intereses al bien de la nación. Nada les impidió pactar con independentistas cuando lo necesitaron; nada les impidió cubrirnos con el ominoso manto de la ignominia negociando con ETA. Desde la misma Transición, muchos de nuestros políticos se han preocupado exclusivamente por sus prebendas, por su faltriquera. Si bien ha habido excepciones, éstas son exiguas.

Hogaño, en un contexto de miseria moral, es cuando más manifiesta se torna esta ausencia de patriotismo. Así, el PSOE está dispuesto a pactar con el mismo diablo para conseguir las llaves de La Moncloa. Así, el PP, aun acuciado por la corrupción y las promesas incumplidas, todavía no ha presentado a los españoles su inmediata disolución. Por no hablar de Podemos, que incluyó en su programa electoral un referéndum encaminado a legitimar la destrucción de España. A todos éstos les une un denominador común. El odio a España, a su historia y a sus gentes. No es que no sean patriotas, es que son hispanófobos.

El patriotismo y la vocación de servicio al pueblo son indispensables para todos los regímenes políticos, pero en especial para las democracias liberales. Y es que, en caso de no existir, el sistema de partidos se torna en una vulgar lucha, alejada de la realidad social, por el poder; en un mercado en el que lo que menos relevante son las demandas del ciudadano.