viernes, 20 de enero de 2017

Trump o el triunfo del hastío

A pesar del pronóstico de las encuestas, que ya han hecho del error su estado de naturaleza, Trump se impuso en unas elecciones estadounidenses devenidas en marcha triunfal. Y el empresario lo logró a pesar de la unánime oposición de los medios de comunicación estadounidenses, que se sirvieron de los ardides más inmorales para compeler sutilmente a sus lectores a votar por Hillary Clinton, mujer asediada por unos casos de corrupción que habrían tumbado la candidatura de cualquier otro postulante a la Casa Blanca. Nuestros avezados analistas se han afanado en explicar en las últimas semanas, con exasperante suficiencia, tamaña epopeya: “Los americanos han votado a un candidato poco preparado del que sólo se conoce su racismo y su misoginia”, han dicho, sesudos. Sin embargo, lo cierto es que el motivo de la victoria electoral de un personaje como Trump es mucho más simple; tanto es así que es susceptible de sintetizarse en una sola palabra: hastío.

Los modos desafiantes de Trump congeniaron desde el principio con ese americano medio hastiado de la corrección política. No en vano, si algo ha caracterizado durante la campaña al ya presidente electo de EEUU, es ese compromiso – tan displicente para el mundo hodierno – de llamar a las cosas por su nombre, de denunciar lo que antes la sutil tiranía de la corrección política impedía denunciar. Este desafío al orden de las cosas, esta revolución, libró al pueblo estadounidense del temor al estigma (la hoguera del mundo actual). En definitiva, con Trump lanzando rompedoras arengas desde el atril, todos esos insultos con que el pensamiento único vitupera al discrepante – fascista, xenófobo, machista, extremista – se antojaban inocuos.

¿Y de quién emana el discurso políticamente correcto? Sobre todo, de la prensa. El hartazgo de la sociedad estadounidense hacia ésta es tal que cuanto más furibundo era el ataque de los medios a Trump, más respaldo popular parecía recibir éste. Estas elecciones serán recordadas como aquéllas en que se dio sepultura a la indispensable ligazón entre prensa y sociedad, como aquéllas en que los medios dejaron de ser retrato fidedigno del pueblo. Mientras más de doscientos periódicos respaldaron públicamente a Clinton durante la campaña, sólo seis apoyaron a quien luego resultó elegido presidente. La anomalía es manifiesta. La dura realidad es que Trump no ganó las elecciones a pesar de las críticas de los tan desacreditados medios de comunicación, sino precisamente gracias a éstas.

La última esquina de este triángulo del hastío son las élites políticas, punta de lanza del establishment estadounidense. La campaña de Trump tuvo como eje la crítica a unos políticos que han dejado de servir a la gente para servir a los intereses del globalismo, ese movimiento que pretende dinamitar los estados-nación y constituir lo que Soros (gran benefactor de Clinton) denomina “gobierno mundial”. Y, de nuevo, este mensaje caló en un pueblo harto de que el “establishment” le propine puntapiés en las posaderas a base de leyes de ingeniería social, tratados de libre comercio, olas de inmigración y deslocalizaciones industriales. La oposición a esto último, por ejemplo, permitió al magnate ganar la batalla electoral en Michigan y Pensilvania, estados cuya antaño pujante industria ha quedado desmantelada por ese reprobable afán de las grandes corporaciones de abaratar la mano de obra de cualquier manera.

La victoria de Trump es, en cualquier caso, sólo uno de los primeros síntomas del triunfo de la política del hastío. Y es que, este año, el Frente Nacional tratará de conquistar el poder en una Francia devastada por el multiculturalismo. Si lo consigue, ya dispondremos de indicios suficientes para pensar que el hielo de un invierno demasiado largo e inclemente comienza a derretirse, tal y como ocurrió en Narnia cuando Aslan regresó para destruir el reino de terror de la Bruja Blanca.