miércoles, 2 de mayo de 2018

'La manada'


La manada' es producto de una sociedad que ha desligado el sexo del amor y que, en consecuencia, reduce aquél a la mera satisfacción de apetitos incontrolables.

Si hay algo que caracteriza a la sociedad hodierna, es su proclividad a poner tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias. Nos indignan los males concretos y más evidentes (y eso prueba que no hemos perdido del todo el sentido moral), pero ensalzamos los fundamentos sobre los que esos males se asientan. Así, nos subleva la mera posibilidad de que las pensiones públicas desaparezcan, pero jaleamos las políticas antinatalistas fomentadas por instituciones nacionales y supranacionales; así, nos consterna el yihadismo, pero somos incapaces de reflexionar de modo más o menos sosegado sobre el islam, al que motejamos acríticamente de religión de paz.  

Lo mismo ocurre con el caso de 'La manada', que tantas conciencias aletargadas ha despertado en los últimos días. Ya conocen de sobra los hechos: durante los sanfermines, cinco hombres ultrajaron a una joven a la que compelieron a hacer felaciones por doquier y sometieron con la saña propia del perturbado. El acto es abominable y, naturalmente, indigna a todo aquél de quien no se haya apoderado el Maligno. Pero esta indignación natural se revelará estéril - ya lo ha hecho, en parte – si no nos afanamos en descubrir y señalar los orígenes del mal específico.
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'La manada' es producto de una sociedad que ha desligado el sexo del amor y que, en consecuencia, reduce aquél a la mera satisfacción de apetitos incontrolables. El acto sexual, que antaño simbolizaba la plena entrega al otro (y debería seguir haciéndolo), constituye ya poco más que un simple proceso químico en el que la otra parte no es percibida como fin en sí misma, sino como simple suministradora de placer; en el que la otra parte no es objeto de una mirada amorosa, sino de una puramente lasciva. Es en la desnaturalización de la sexualidad y en la instrumentalización de las relaciones personales donde se halla el origen de conductas como la de los íncubos de 'La manada', cuyos instintos, por cierto, son estimulados a diario por la venérea realidad que se nos presenta a todos – en forma de manzana envenenada – tras la pantalla del ordenador.  

Si deseamos luchar seriamente contra los actos sexuales más sórdidos, empecemos por criticar la distribución indiscriminada de preservativos. Si deseamos acabar con las violaciones, empecemos por demandar la inmediata prohibición de la pornografía (al menos entre niños). Si deseamos más respeto hacia la mujer, empecemos por devolver la prostitución al lóbrego habitáculo del que nunca debería haber salido: la prohibición. Si no lo hacemos – y al tiempo clamamos aspaventeramente contra los íncubos de 'La manada' -, no estaremos sino poniendo tronos a las causas (la banalización del sexo) y cadalsos a las consecuencias (las conductas sexuales depravadas). 

Sólo recuperando la extraviada sacralidad del acto sexual podremos dejar de ser manada y convertirnos, de nuevo, en comunidad.