martes, 30 de diciembre de 2014

La dictadura de la verdad del relativismo


A pocos se les escapa que la democracia liberal ha degenerado en un régimen despótico y relativista. Antaño, la voluntad del pueblo, de la mayoría, estaba constreñida por una serie de derechos individuales en los que la verdad quedaba encarnada. Hoy, Sócrates y la verdad han sido enterrados, la limitación de la voluntad de la mayoría ha quedado sumida en un océano de profundidad insalvable.

Por eso, resulta sobremanera curioso que algunos se obcequen en la expansión por el mundo entero de esos ideales democráticos que tiempo ha fueron desposeídos de su esencia. Aquéllos que ahora identifican la verdad con la opinión de la mayoría, aquéllos que han transformado la democracia liberal en un régimen en el que el poder de una mayoría inculta no encuentra límite alguno, son los que, paradójicamente, abogan por la imposición de su putrefacto sistema político en todos los países del mundo.
 
 
La idea de extender un determinado régimen político a lo largo del mundo es de génesis puramente kantiana. Sin embargo, mucho distan las democracias de las que hoy gozamos – o padecemos – de las repúblicas libres que el filósofo alemán planteó. En esas repúblicas, también democráticas, anidaba la verdad encarnada en un sistema jurídico en el que se recogían una serie de derechos individuales inalienables. Por ello, la expansión de esta forma de organización política no resultaba contradictoria con su esencia. Se trataba de exportar un régimen político asentado sobre la verdad con objeto de alcanzar la paz entre Estados.

Hogaño, cuando el pensamiento imperante es someter a los designios de la mayoría toda cuestión, se antoja incongruente tratar de establecer un único régimen político en todo el mundo. La teoría de extender por los confines de la tierra nuestra democracia es ya ilógica, pues en su seno se halla la negación de una verdad, la aceptación inconsciente de todo sistema de organización social aceptado por la mayoría, por muy despótico que éste sea. De este modo, aun siendo su objetivo lograr la paz perpetua, carece de legitimidad alguna.


Ésta no es sino una prueba más de las ingentes contradicciones del relativismo, al que le gusta estar en la procesión y repicando. Neguemos la existencia de la verdad – pues todo es relativo - pero impongamos nuestra forma de pensar ya que, al fin y al cabo, es lo más parecido a la verdad absoluta. 

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Deduzco que



El otro día, apareció en televisión uno de esos supuestos intelectuales a los que tanta pleitesía se rinde en este país de broma. El menda, preguntado por la Guerra Civil, vino a decir, entre muchas otras cosas, que quienes aquí defendieron la democracia y la tolerancia – le faltó mentar los derechos humanos - en la década de los treinta  fueron las izquierdas del PCE, PSOE y la FAI. Y se quedó tan ancha, la criatura.

Supongo que el intelectual pasó por alto que la II República se proclamó después de que las candidaturas monárquicas obtuvieran más del doble de los votos que obtuvieron las candidaturas republicanas. Supongo que olvidó que esos comicios celebrados en 1931 eran municipales, ni plebiscitarios ni gaitas. Supongo que ese bufón de la corrección política no quiso mentar que la sacro santa II República Española se declaró, de forma ilegítima, tras un gesto de infinita cobardía de Alfonso XIII.

Imagino que ese tonto del haba engalanado con tirantes desconoce que, tras la victoria de la CEDA en las elecciones de 1933, el PSOE amenazó al presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, con llamar a la sublevación si le otorgaba el gobierno al partido monárquico. Imagino que el contumaz cómplice del justiciero Garzón ignora el golpe de Estado que la izquierda protagonizó contra la República en octubre de 1934.

Barrunto que ese individuo, cuyo nombre aún no revelaré, olvidó mencionar las constantes acusaciones que Julián Besteiro dedicó a sus compañeros del PSOE. Acusaciones que denunciaban un acercamiento del “moderado” Partido Socialista a Moscú, acusaciones que apuntaban a los “demócratas” Largo Caballero e Indalecio Prieto, entre otros, como responsables del sometimiento de los socialistas españoles a los designios de ese nunca bien ponderado promotor de los derechos humanos llamado Iósif Stalin.

Deduzco que el gran Wyoming prefirió no referirse al asesinato, en 1936, del líder de la oposición, José Calvo Sotelo, que no fue sino otro de los magnicidios protagonizados por la izquierda. Deduzco que no estimó oportuno mencionar la quema de conventos e iglesias, las Checas o la matanza de Paracuellos. Deduzco que, en ese momento, al payaso de la televisión la verdad le resultaba un incordio, un óbice del que se libró con unas risas previas.

Lo peor es que son muchos los que comparten las falacias de Wyoming. Lo peor es que, incluso en los círculos cultos, la verdad se ha tornado en simple títere del interés ideológico. Y es que, por lo menos en España, a aquéllos que no aceptan la Historia, sólo les queda reescribirla.

jueves, 18 de diciembre de 2014

Éste no es el camino

 
Ayer, el Tribunal General de Justicia Europea anuló la decisión que la UE adoptó en 2003 de incluir a Hamás en la lista de organizaciones terroristas. En un nuevo gesto de infundada adulación por el Islam radical, Occidente volvió a escupir en plena cara al pueblo judío, volvió a someterlo a un atroz vituperio.

Ya, de por sí, resulta  execrable que el sector “progre” de Europa – absoluto dominador de la forma de pensar europea – en ocasiones denomine terrorista al que es el único Estado democrático y tolerante de Oriente Medio. Sin embargo, resulta todavía más deleznable que esa izquierda de tanta vileza se resista, como gato panza arriba, a calificar de terrorista a una organización que se dedica a lanzar misiles a un país en que los derechos individuales de los ciudadanos son escrupulosamente respetados con independencia de su religión.

Desde el momento en que se hizo con el control en Gaza, Hamás ha desarrollado una acción de cariz marcadamente terrorista. Los misiles lanzados sobre territorio israelí, los niños portando armas en plena calle, los túneles construidos con único objeto de sembrar el pánico en el sur de Israel y las ejecuciones públicas de algunos heroicos disidentes de su sanguinario régimen no hacen sino acreditarlo. Es decir, estas lindezas no hacen sino evidenciar que quienes gobiernan en Gaza comparten métodos y propósito con grupos como Estado Islámico o Hezbollah.

Todo ello legitima el descontento, la profunda insatisfacción, de Israel con la torticera decisión tomada por la justicia europea. Es verdaderamente  desolador que aquéllos que otrora fueron baluarte de los derechos individuales y la libertad, hogaño quieran extender su degeneración y putrefacción moral a uno de las pocos lugares que aún – y remando contracorriente – conserva algo de su dignidad, ese tan preciado y exiguo sustantivo.


Son ya demasiadas las pruebas de que el terrorismo en Europa queda impune y sale rentable. Y es que bailarle el agua al yihadismo no puede sino traer consigo sombríos augurios, no puede sino traer consigo imágenes de devastación. De seguir por este camino, los islamistas radicales acabarán con el lánguido Occidente tal y como los pueblos bárbaros acabaron con el decadente Imperio Romano. No digan que no lo advertí.

sábado, 13 de diciembre de 2014

Del realismo a la utopía

 
Son muchos los políticos y no políticos de Occidente a los que hogaño podemos oír - con los aplausos del Islam radical y Vladimir Putin de fondo - clamar por la abolición de los Ministerios de Defensa y los ejércitos; por la eliminación y defenestración de todo lo relacionado con lo militar. Todas estas reclamaciones, que bien podrían ser llamadas rebuznos, son extremadamente sorprendentes si atendemos a que, hace unos años, la mentalidad imperante era poco menos que antagónica.

Durante la Guerra Fría, época en la que surgieron los estudios estratégicos como tales, el realismo se erigió como principal mentalidad. El rasgo fundamental de esta escuela de pensamiento era el deseo de que la Guerra Fría se prolongase sempiternamente, pues consideraban que con ella, y las estrategias de disuasión de ambos bloques enfrentados, se había alcanzado el período de relativa paz más largo de la Historia.

Los realistas toman una visión hobbesiana con respecto a la naturaleza humana. Para ellos, el ser humano, a pesar de poder actuar, en ocasiones, de forma cooperativa o generosa, tiende a la violencia, a la conflictividad y al egoísmo. Niegan, pues, de forma tajante, esa concepción que señala al hombre como bueno y pacífico por simple condición. En aras de controlar esta natural y brutal actitud del hombre, los realistas buscan resolver los potenciales conflictos con el uso de la estrategia. Puede decirse, por tanto, que el realismo ve como inexorables las guerras entre Estados.

Su percepción sobre las organizaciones internacionales destinadas a evitar la guerra es, evidentemente, negativa. Los realistas, a pesar de admitir que los conflictos dentro de un Estado sí pueden ser resueltos, consideran que los Estados respetarán las leyes convenidas por esas mentadas organizaciones sólo hasta el momento en que dejen de ser beneficiosas para ellos, sólo hasta el momento en que comiencen a jugar en contra de sus propios intereses.

Con el fin de la Guerra Fría, las tesis realistas quedaron superadas. Un mar de optimismo, que llevó a muchos países a reducir los presupuestos destinados a la seguridad y a la defensa, se abrió paso con anonadante rapidez. Como prueba de ello, el libro que Francis Fukuyama publicó en 1992 (“El fin de la Historia y el último hombre), que sostenía la idea de que –con la caída del mundo comunista y la victoria de las democracias liberales- las revoluciones sangrientas y las guerras habían llegado a su fin.

Sin embargo, muy pronto esa euforia comenzó a disiparse como si de simple niebla se tratase. La primera Guerra del Golfo, la desintegración de Yugoslavia y las guerras tribales en África dejaron en evidencia a las personas que navegaban cómodamente en ese mar de optimismo. Más tarde, el 11S, las guerras de Irak y Afganistán, y los atentados terroristas en Madrid y Londres ya manifestaron la necesidad de los estudios estratégicos, la necesidad de invertir en seguridad y defensa.


Por ello, va contra toda lógica que algunos mantengan, hoy en día, la opinión de que debe reducirse el presupuesto de los Estados dirigido a la seguridad y la defensa. Hoy en día, mientras el Estado Islámico degüella a kurdos, cristianos y ateos. Hoy en día, mientras Putin lucha por anexionarse el este de Ucrania. Hoy en día, mientras de Europa salen un sinfín de milicianos yihadistas.

sábado, 6 de diciembre de 2014

El milagro de la Ruta de Birmania judía

 
Corría el año 1948, finales de mayo. La Jerusalén judía pasaba penurias. Resistía a las acometidas de la transjordana Legión Árabe con una atroz escasez de armamento. El racionamiento impuesto por Dov Joseph, uno de los hombres de confianza de David Ben Gurion en la histórica capital del pueblo hebreo, rayaba lo cruel. Era cada vez más indispensable conectar la segunda ciudad eterna con Tel Aviv para poder suministrar armamento y avituallamiento al damnificado ejército de David Shaltiel.

Sin embargo, las noticias no eran alentadoras. La Haganah había fracasado en su último y desesperado intento de tomar Latrún, posición clave en la carretera Tel Aviv-Jerusalén. Sabedor del último fracaso, el indómito artífice del Estado de Israel, David Ben Gurion, se devanaba los sesos en busca de una desesperada solución; era consciente de que si Jerusalén caía, la guerra se tornaría demasiado onerosa para un pueblo gravemente golpeado en lo anímico.

La bombilla se encendió. David Marcus y Vivian Herzog habían logrado atravesar las colinas de Judea con un jeep para llegar a Jerusalén desde Tel Aviv. Siguiendo un camino pedregoso, árido, habían consumado lo que se antojaba quimérico. Sin embargo, Ben Gurion era consciente de que no bastarían unos cuantos jeeps cargados de comida y armas para abastecer a la sitiada Jerusalén. Era necesario construir una verdadera carretera que permitiese el paso de convoyes. Y tenían muy pocos días, pues Jerusalén agonizaba; las funestas plegarias judías ya se oían desde Tel Aviv.

La construcción fue meteórica. El diez de junio, un día antes de decretarse la tregua que sería clave para la victoria del Estado de Israel, la Ruta de Birmania ya podía ser atravesada por convoyes. La Jerusalén judía estallaba en vítores, derramaba lágrimas de honda alegría. Desde Tel Aviv, Ben Gurion respiraba aliviado, sabedor de que esa carretera alternativa - y la mencionada tregua - darían la victoria a su gente.

Si hay un hecho que pruebe que el judío es el pueblo elegido por Dios, es éste. Una hazaña similar a la travesía del Mar Rojo, una hazaña que permitió que hoy en día hablemos del Estado de Israel, una hazaña por la que, permítanme decirles, mis mejillas siguen inundándose de emocionadas lágrimas.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Notas sobre el "gaullismo"


Charles de Gaulle fue la cabeza más visible de la resistencia francesa a la ocupación nazi. En su exilio en Londres fundó el movimiento “Francia libre”, que apoyaba la resistencia interior y que se opuso a la Francia de Vichy encabezada por el mariscal Petain. Tras la liberación francesa, lideró el gobierno provisional de la República hasta 1946.

Una vez consumada la marcha de De Gaulle, se inició el proceso constitutivo de la IV República francesa que, frente al poder ejecutivo, dio preeminencia al legislativo, al parlamento. La Francia de la IV República, sin embargo, tuvo que afrontar dos graves conflictos coloniales, uno en Indochina y otro en Argelia, colonias francesas hasta entonces.

El conflicto en Argelia fue sobremanera grave, hasta el punto de casi desencadenar una Guerra Civil. Con objeto de resolver la guerra argelina y la endémica inestabilidad de la IV República de Gaulle fue nombrado, el ocho de enero de 1959, presidente de la República Francesa. De este modo, se inauguró la V República, en la que se otorgaron muy amplios poderes al jefe de Estado. Es indispensable señalar, no obstante, que Argelia consiguió su definitiva independencia en 1962.

La acción de gobierno del General de Gaulle nos permite hablar de un verdadero movimiento político: el “gaullismo”. Éste se fundamentaba en la pretensión de devolver a Francia su grandeza, de colocarla a la cabeza de las naciones europeas, evocando las Cruzadas, la Francia de Luis XIV, etc.

Uno de los grandes objetivos de este General francés era mostrar su independencia con respecto a Estados Unidos en el ámbito de la política exterior, por lo que Francia fue uno de los primeros países en reconocer a los regímenes comunistas y salió de la estructura militar de la OTAN en 1966. Asimismo, su política se encaminó a reducir al máximo la influencia británica en el continente europeo y a la defensa de la Europa confederal, la Europa de las patrias, frente a la idea unificadora de los países europeos, de la Europa federal.

El “gaullismo” tradicional rechazaba, en lo económico, tanto la postura liberal como la socialista revolucionaria. Buscaba una tercera vía más igualitaria que el liberalismo y no basada en la lucha de clases como el socialismo. Por ello, puede concluirse que su modelo económico era -aunque habría que matizar- el keynesianismo.
Los defensores de De Gaulle abogaban por un poder ejecutivo fuerte y por una Francia que superase la tradicional división de izquierda y derecha mediante la relación directa con el líder o jefe de Estado. Es decir, buscaban la agrupación de todos los franceses a través de un sufragio universal directo para elegir al jefe de Estado y constantes referéndums.
El “gaullismo” se ha dividido, con el paso de los años, en distintas ramas que, a pesar de partir de una raíz común, se han enfrentado fruto de las diferentes interpretaciones de la política del General de Gaulle.

Por un lado, nos es posible encontrar el llamado “neogaullismo”, que ha ido acercándose a los postulados defendidos por el resto de derechas europeas. Defiende, de este modo, el liberalismo y es proclive a la OTAN. Si bien es cierto que continúa buscando la independencia francesa y europea con respecto a Estados Unidos y una Europa de las patrias encabezada por el país galo. Uno de sus más paradigmáticos representantes no es sino Nicolás Sarkozy, que materializó la vuelta de Francia a la OTAN en el año 2009.

Por otro lado, el “gaullismo” también ha derivado en una rama con un cariz algo más izquierdista y patriótico, defensora de la democracia social y que pone especial énfasis en la independencia nacional, así como en la búsqueda de una tercera vía alternativa al liberalismo y al socialismo. Probablemente sea esta vertiente la más fiel al “gaullismo” tradicional.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Hitler y Putin

 
Muchas son las voces que comparan la actitud que las democracias occidentales están hogaño manteniendo con respecto a la política expansionista rusa en Ucrania con la que en su día mantuvieron con respecto al expansionismo nazi antes del estallido de la II Guerra Mundial. Una actitud de claudicaciones y más claudicaciones que, a ojos de muchos, tornó a Alemania lo suficientemente poderosa como para lanzarse a la conquista del continente europeo en busca del llamado espacio vital (“Lebensraum”).

Entre los años 1935 y 1936, Hitler se anexionó el Sarre, por medio de la celebración de un plebiscito entre la población de la región; impulsó el rearme de la sociedad alemana; estableció el servicio militar obligatorio; procedió a la creación de una fuerza aérea; y, además, ya en marzo de 1936, inició la remilitarización de Renania. Es decir, en ese período de tiempo Alemania violó gran parte de las sanciones que le habían sido impuestas en el Tratado de Versalles sin que se produjese reacción alguna entre las grandes democracias europeas.

Fue Gran Bretaña, gobernada por el conservador Chamberlain, el principal baluarte de la política de apaciguamiento respecto a Hitler. Esta actitud se debió a la firme -o no tan firme- convicción de que, una vez satisfechas sus ansias de reunificación germánica, su política expansionista, y con ello su permanente desafío a lo establecido en el Tratado de Versalles, cesaría. Esta política del “premier” británico contó, otrosí, con el beneplácito de Francia.

Sin embargo, la posición de Chamberlain fue interpretada por Hitler como una actitud de tolerancia a su programa expansionista, como una actitud semejante a la postración que daba a entender que sus próximas acciones no conllevarían una dura respuesta por parte de las democracias. De este modo, en marzo de 1938, las tropas alemanas ocuparon Austria y, tras una fuerte campaña de propaganda, Hitler forzó un referéndum que se saldó con la incorporación del territorio austríaco al Reich (Anchluss). Semanas más tarde, procedió a la ocupación de la región, en ese momento checoslovaca, de los Sudetes.

A partir de ese momento, el mandatario alemán tomó la iniciativa política y en septiembre de 1938 convocó a los jefes de gobierno de Francia, Gran Bretaña e Italia en la llamada Conferencia de Munich. Allí se pactó la integración de los Sudetes en Alemania a cambio de garantías de que Hitler no emprendiese una agresión sobre el resto de Checoslovaquia. Este acuerdo fue acogido con júbilo, hasta el punto de que Chamberlain, al llegar al aeropuerto de Londres procedente de la ya mentada conferencia, afirmó que se había salvado la paz, tan puesta en riesgo en las últimas fechas.

Es conocido por todos lo que llegó después: la desaparición de Checoslovaquia en marzo de 1939, tras la anexión de Moravia y Bohemia a Alemania, y el estallido de la Segunda Guerra Mundial.

Puede considerarse que esta política que llevaron a cabo las democracias, de carácter marcadamente pacifista y cortoplacista, es equiparable a la que hoy día se está tomando frente a Rusia. Y las tibias y poco efectivas reacciones tras la anexión rusa de Crimea así lo acreditan. Las democracias liberales se están comportando con Putin como en su día hicieron con Hitler, movidas por un excesivo miedo a la guerra.

Y es que parece evidente que si finalmente el presidente Putin se sale con la suya  en el este de Ucrania- si es que no se ha salido con ella ya - pronto mirará a Polonia; y quién sabe si luego al resto del continente europeo. Por ello, resulta indispensable una  pronta y verdaderamente contundente respuesta occidental a los desmanes de Putin. Se le debe hacer ver que, frente a su anhelo de volver a hacer grande a Rusia, hay unas democracias con las ideas claras. Y eso no se consigue con reacciones y sanciones como las vistas hasta ahora; eso se consigue con castigos ejemplares.

domingo, 23 de noviembre de 2014

El aborto como metáfora


El gentío gritaba. Hombres de toda clase social clamaban porque el símbolo de la barbarie legalizada llegase a su fin, porque la casta de facinerosos en el poder cumpliese sus promesas. Sin embargo, ésta, demasiado inmersa en su edén de jamón y caviar, desoía los improperios mientras se dedicaba a hacer cálculos de estimación de voto.

Atrás quedaron esos tiempos en que Rajoy aparecía, ufano, como adalid de la defensa de la vida humana en aquellas multitudinarias manifestaciones. Atrás quedaron esos tiempos en que al, en ese momento, líder de la oposición le venía bien fotografiarse portando la bandera provida. Ahora, después de haber vendido, durante la campaña electoral y la primera parte de su legislatura, el más polvoriento de los humos, es momento de meter la puñalada trapera, de apelar a la necesidad del más vil de los consensos: el consenso de la barbarie camuflado como derecho de la mujer, el consenso del asesinato al inocente. “En una materia tan delicada como ésta, se requiere consenso” han venido diciendo los acomplejados del PP, genuflexos ante el ideal progresista.

El aborto no sólo constituye un símbolo de la traición perpetrada por el gobierno a su electorado; es también reflejo de una democracia decadente. Y es que cuando la democracia se rebela contra los pilares básicos sobre los que se debe asentar, que no son sino el derecho a la vida y la propiedad privada, deja de ser el menos imperfecto de los regímenes para convertirse en el peor de ellos, para convertirse en un régimen de relativismo y terror.

Mientras los políticos sigan negando la existencia de derechos inmanentes al ser humano, sigan identificando la opinión de la mayoría con la verdad, se seguirán cometiendo atrocidades como la del aborto. La opinión de la mayoría debe servir para decidir sobre ciertos temas, la mayor parte de ellos. Pero cuando ésta se utiliza para atentar contra derechos que son en sí mismos inviolables lo que se hace, paradójicamente, es un flaco favor a la democracia.

martes, 18 de noviembre de 2014

Una paz lejana

 
El atentado que ha tenido lugar en el día de hoy en la sinagoga de Har Nof, saldado con la muerte de seis judíos, ha servido para que algunos den rienda suelta a su vil antisemitismo. Ha sido utilizado por algunos para seguir denunciando, de forma torticera, el establecimiento de asentamientos judíos en zonas ocupadas por palestinos hasta 1967.

Ciertamente, este argumento, que apunta a la política de mano dura del gobierno de Netanyahu como responsable de la violencia palestina, es fácilmente desmontable. La realidad de la actitud violenta de los árabes hacia los judíos responde a algo que trasciende la acción del actual gobierno israelí, a algo que se remonta tiempo atrás y que, con el paso de los años, se ha ido agudizando fruto de la impotencia y la incapacidad de los palestinos para hacerse dueños de su propio destino.

Ya antes de la formación del Estado de Israel los palestinos estaban en manos de unas élites a las que poco importaba su sino. Unas élites, encarnadas a la perfección por el Mufti de Jerusalén Haj Amin Husseini, que junto con los demás países árabes los han empleado, a ellos y a sus desventuras, para someter al pueblo hebreo a continuos e ilógicos ataques.

Es la casta gobernante palestina la responsable de la actitud violenta de su población. Es el constante adoctrinamiento que las masas musulmanas reciben en contra de Israel el culpable de tanta agresividad. El problema no es la acción de los gobiernos judíos; el problema radica en el rechazo de un Estado judío en Tierra Santa desde su génesis.

Por ello, la idea de que la paz se alcanzará con la formación de un Estado palestino delimitado por las fronteras anteriores a la Guerra de los Seis Días es equivocada. Tras la hipotética formación de éste, las hostilidades provocadas por los árabes continuarían, ya que el sentimiento de odio hacia Israel es increíblemente intenso, incluso más intenso que el deseo de gozar de un esperanzador porvenir.

Lo cierto es que la paz no se alcanzará hasta que los palestinos, más concretamente los dirigentes que los adoctrinan, reconozcan el Estado judío y la necesidad histórica de su existencia. Mientras, y lo digo con la pesadumbre propia de quien es consciente de que es algo que no ocurrirá pronto, los atentados palestinos y las represalias israelíes se seguirán sucediendo como se suceden anticiclones y borrascas, en una encarnizada lucha por el dominio sobre el otro.

lunes, 10 de noviembre de 2014

2015, el año decisivo



El 9 de noviembre de 1989 cayó el Muro de Berlín. La libertad, ese día, ganó la partida al utópico sueño comunista, el individualismo y el mérito se impusieron a la fantasiosa ensoñación colectivista e igualitaria. El régimen más sanguinario de la historia de la Humanidad no pudo sostenerse ni aun sirviéndose de los más salvajes medios.

La situación que hogaño vivimos en España, sin embargo, ha vuelto a dar protagonismo a los seguidores de Marx y de Lenin. La profunda decadencia que la democracia española atraviesa, manifestada en una crisis económica que no deja de tener su génesis en la podredumbre moral occidental, ha dado pie a que los defensores de la más peligrosa de las ideologías se sitúen en el centro del debate político, cuando hacía tiempo que sus tesis parecían superadas.

Nuestra gloriosa patria, y más ampliamente Europa, languidece. Parecemos, los europeos, hastiados de esa pluralidad de opiniones que siempre nos ha caracterizado; parecemos cansados de esa unión en la diversidad que nos ha hecho ser, a lo largo de la Historia, la luz que ilumina el mundo, el espejo en el que todos se miran, la cuna de la más grande tradición. Y este hartazgo, esta fatiga de base profundamente inculta, lo han canalizado los extremistas, aquéllos que, viendo sus revolucionarios propósitos más factibles, aplaudían al ver que la población seguía con su proceso de sumersión en el océano de la ignorancia.

2015 se presenta como año decisivo. Europa debe demostrar que sigue aspirando a ser el faro que ilumine el mundo. Y eso no se hace votando a los que plantean alternativas utópicas basadas en la demagogia. Eso se logra trabajando para aumentar nuestros niveles de libertad individual; se logra haciendo frente a los desmanes de la clase política sin renunciar por ello a nuestra dignidad, a la dignidad de que las tesis marxistas nos quieren desprender.

El año próximo y lo que resta de éste deben constituir una oportunidad para que los europeos mostremos al mundo que seguimos estando a la vanguardia de la cultura, para que enseñemos al mundo que las poblaciones que han llegado a columbrar la libertad, aun sin tocarla, no se dejan guiar por aquéllos dispuestos a constreñirla.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Fascismo; bases ideológicas


El fascismo, en el más estricto sentido, hace referencia al modelo político que tuvo su expresión en la Italia y Alemania de entreguerras. No obstante, con el tiempo ha tomado un sentido más amplio que designa poco menos que cualquier acción violenta o autoritaria. Puede decirse que nació como consecuencia de la frustración producida por la I Guerra Mundial.

El fascismo fue producto de una sociedad moderna; fue una ideología que creía en el progreso, hasta el punto de que sus líderes basaron sus políticas, en gran medida, en él. Tomó, además, elementos propios de lo que tradicionalmente se conoce como izquierda y derecha, de modo que originó algo así como un socialismo nacional de carácter antimarxista.

Esta ideología de entreguerras exaltaba el Estado por encima de los derechos y libertades de los individuos, por lo que mantuvo una visión indudablemente colectivista. Giovani Gentile introdujo la idea de Estado totalitario, basado en que toda iniciativa política partiese del propio Estado y en la existencia de un único partido. El mismo Mussolini recogió a la perfección esa idea en su frase “todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado.

A pesar de este enaltecimiento del Estado, el fascismo era, como se ha mencionado anteriormente, radicalmente antimarxista. Frente a la lucha de clases, promovió la colaboración, la solidaridad entre éstas, situando la nación por encima de cualquier tipo de grupo social. Era también, pues un movimiento de marcado cariz nacionalista, con un componente racista que defendía la preservación y exaltación de la raza como factor básico para garantizar la unidad nacional.

Además de antimarxista, el fascismo propugnaba unas ideas y principios absolutamente antagónicos al liberalismo y la democracia. Negaba los principios de igualdad entre todos los ciudadanos, la soberanía popular y el sufragio, así como se declaraba enemigo de la separación de poderes y el parlamentarismo.

Otrosí, la exaltación de la virilidad fue uno de los pilares básicos del fascismo; en él no había lugar para los ideales femeninos. Esta ideología de entreguerras representaba el principio de la fuerza, afirmaba que no existe motivo alguno para desdeñar la violencia, que “lo bélico” es esencia, que la guerra no es sino instrumento de progreso histórico. Para los teóricos fascistas el papel de la mujer era estar al lado del hombre, ser transmisora de vida; carecía de espacio en el plano político.

El fascismo se fundamentaba en el culto al líder; tanto a Hitler (füher), como a Mussolini (duce) se les consideraba, en sus respectivos países, hombres excepcionales con condiciones casi sobrenaturales. Para ello, la propaganda se llevó a su máxima expresión; símbolos del partido o del movimiento se hallaban presentes en todo lugar público. Además, se utilizó una grandilocuente escenografía cuyo objeto era vehicular que toda la población se sintiese parte de una unidad, que hubiese una colaboración entre clases.

Estos regímenes acabaron por constituir una religión política, que consolidaba una determinada visión del mundo excluyente con todas las demás. El fascismo recreó un universo propio, con una forma de pensar y actuar propia. Por ello, no se adscribió a ninguna religión preexistente, a pesar de que por motivos políticos tratara de entenderse con la Iglesia católica.

El fascismo adoptó una posición de desconfianza de la razón y de exaltación de la voluntad. De hecho, para los teóricos fascistas, influidos en gran medida por Nietszche, el mundo y la realidad podían tomar forma a partir de la voluntad del ser humano, ésta los determina.

El fascismo, a pesar de que muchos se obstinen en lo contrario, como ideología quedó destruido por la democracia liberal. Sin embargo, ante la crisis que ésta hogaño padece, no debemos descartar que, como el ave fénix, resurja de sus cenizas y vuelva a suponer un quebradero de cabeza para el mundo occidental.



martes, 4 de noviembre de 2014

Reflejo de una enfermedad



Los facinerosos desfilaban uno a uno en la entrada del juzgado. Debían pagar por sus delitos, por sus desmanes, por hacer lo habitualmente llamado “trincar de lo público”. Un enardecido gentío, ya cansado de la perpetua tomadura de pelo, de la aparente impunidad, les dedicaba los menos agradables insultos. Los increpaba sin percatarse de que los malvados que recibían sus gritos no eran sino la parte manifiesta de su latente enfermedad.
 
En ocasiones, los españoles tendemos a tratar a la clase política que padecemos cual si ésta fuese un islote; una unidad independiente de la sociedad; una especie de congregación de alienígenas que ninguna relación guarda con usted, querido lector, y conmigo. Solemos apreciar sus corruptelas como una realidad paralela ajena a nuestros poco ejemplares comportamientos.

Esto, en mi opinión, es un error rayano en lo pueril, pues no hay más que observar con cierto detenimiento la realidad que tan lóbrega se nos presenta para dilucidar que la casta política, cuya contumaz incapacidad y desfachatez sufrimos, es producto nuestro; es resultado de una sociedad enferma y obcecada. Una sociedad que, hasta este período de vacas flacas, había restado importancia a los desmanes de los políticos.

Queda muy bien, precisamente porque nos exime de culpa, criticar a los hampones que nos gobiernan y roban dejando al margen de la crítica a la ciudadanía. No obstante, es indispensable preguntarse si una banda de ladrones gobernaría en un país en que los niños no copiasen en los exámenes o en que la propia sociedad no arrojase al basurero del olvido su tradición; si una sociedad lúcida, leída y culta permitiría que una cuadrilla de golfos apandadores dirigiese sus pasos.

La respuesta a esta pregunta se me antoja accesible incluso para las mentes menos lúcidas: no, no se harían con el poder. Y es que si ahora tenemos que lidiar con unos políticos que se han corrompido hasta el tuétano es porque nosotros, anteriormente y en muestra de clara patología, hemos depositado nuestra confianza en ellos. Nosotros, y sólo nosotros, hemos delegado el poder en una banda de protervos inútiles. Nosotros, y sólo nosotros, somos los creadores del monstruo que hogaño nos devora con saña.

sábado, 1 de noviembre de 2014

Esa España casposa



La enfermera contagiada de ébola se ha recuperado. Con ello se disipan, se esfuman, las oscuras esperanzas de algunos que pretendían sacar tajada política. Y de otros que pretendían dar rienda suelta a su vileza tomando como pretexto la desgracia ajena. Aquéllos que urdían una estratagema similar a la que se llevó a cabo tras la Guerra de Irak, el desastre del Prestige o el 11M, se quedaron con las ganas, con la miel en los labios.

La España casposa ha vuelto a salir a la luz con la “crisis” del ébola. Esa España que resta importancia a la vida humana y que, mientras, llora a moco tendido y pancarta en mano el sacrificio de un perro. Y es que algunos se negaban a rescatar, a ofrecer ayuda, a esos dos héroes que habían dedicado su vida a los demás. Eso sí, Excalibur importantísimo. Cómo sacrificar al perro, por los clavos de Cristo. Ese pobre animal inocente.

A lo largo de estos dos meses, toda la latente suciedad en que nadaba la sociedad española ha salido a flote. Ese vacío moral, ese pozo de ignorancia, que oprime a toda una población se ha tornado más manifiesto en esas convocatorias en que despiadados individuos rebuznaban insultos contra el gobierno por prestar ayuda  a los misioneros.

Hemos llegado a un punto de no retorno. Nos hallamos en una época en que la caridad y la empatía, entre otras virtudes, se han convertido en una mera herramienta del fanatismo político para alcanzar sus sombríos propósitos. Sólo así me puedo explicar que la muerte de los misioneros poco menos que se desease y que la enfermedad de la enfermera haya suscitado tantas manifestaciones en contra de un gobierno que a unos y a otros tiene descontentos.

Provoca lástima contemplar a una nación, que otrora fue baluarte de unos determinados valores, sumirse en este desgarrador nihilismo. Por mucho amor por la patria que uno sienta, es inexorable que se le pase por la cabeza el anhelo de marchar a un lugar mejor. A  un lugar en que no se llore más la muerte de un perro que la de un ser humano.
El lobo estepario
*Artículo también publicado en pensadmientraspodais.blogspot.com bajo mi pseudónimo (el lobo estepario)