domingo, 30 de octubre de 2016

Lo que viene

Este sábado Rajoy ha sido investido presidente gracias a un PSOE al que la soga de una trampa saducea ya había dejado prácticamente sin respiración. De una trampa saducea que encuentra su génesis en el capricho de los votantes, quienes se empeñaron en que el partido más siniestro de la historia de España custodiara la llave de eso que los cursis y los tertulianos llaman “gobernabilidad”. El PSOE, como le ocurre a todo aquél que se enfrenta a una trampa saducea, (salvo que sea Cristo), ha salido malparado de ese dilema que le compelía a elegir cómo suicidarse. Y es que, con su abstención del sábado, se mete en las fauces de Podemos y, de paso, construye los primeros metros de esa autovía hacia el averno que los discípulos de Pol Pot – que en nuestra patria se engalanan con coletas y ropas de Alcampo – nos tienen reservada a los españoles.

Cuando la nueva legislatura de Rajoy eche a andar, a Podemos le será sencillísimo erigirse en alternativa a un sistema que, para sobrevivir, hizo que sus principales partidos, representantes de un negociado en que todos coinciden en lo esencial, pactaran. Le será sencillísimo acusar al Partido Socialista de venderse a la plutocracia internacional, de servir antes a un sistema deshumanizado y deshumanizante que a un pueblo hastiado de que las élites gobiernen a sus espaldas. Le será sencillísimo, en definitiva, adueñarse de ese votante del PSOE que, engañado por una farsa que presenta distintos a los que piensan igual, imagina al votante de Rajoy como íncubo y al afiliado del PP como súcubo.

Ante los ardides del sistema para perpetuarse, las calles de España devendrán en tribunal revolucionario en que el pueblo juzgará las malhadadas decisiones del presidente Rajoy y, al tiempo, zaherirá a quienes lo enseñorearon con su voto. Todo un averno para el PSOE, que, en lugar de orquestar este juicio popular, habrá de ejercer de María Antonieta. “Muerte al cómplice necesario” será la arenga más repetida. Los días transcurrirán y las esporádicas llamas de las calles se tornarán en majestuoso incendio que, impulsado por el pestilente aliento de Podemos, pronto amenazará con arrasar Ferraz.

Pasado un tiempo, el PSOE, acuciado por las llamaradas, forzará la celebración de elecciones; y el pueblo, tan sabio, llevará al garrote al partido político más dañino de la historia de España, erigirá a Podemos en líder de la oposición y concederá a Mariano – que ya habrá acabado de destruir el PP – una legislatura más en el poder. El escenario político será, así, aún más desolador que el hodierno: un gobierno regido por una banda de tecnócratas sin principios frente a una oposición acaudillada por quienes no anhelan más que sustituir la casta por la “nomenklatura”.

domingo, 16 de octubre de 2016

El endiosamiento de la voluntad

Insistimos siempre en esta página en que uno de los rasgos que mejor caracteriza a la época hodierna es la constante exaltación de la voluntad humana; una voluntad que ya no conoce límite alguno y que se ha erigido en concepto todopoderoso. En el mundo posmoderno, la conciencia de que la voluntad humana debe adaptarse, adecuarse, a una realidad exterior que la supera es contemplada como el atávico pensamiento de un tiempo al que felizmente se ha dado sepultura. Hoy, la voluntad, que en verdad constituye la mera satisfacción de instintos por parte de unas masas cretinizadas ya ahítas de moral y de razón, es la que, a ojos del hombre, determina la realidad exterior. Todos los pilares sobre los que se sostiene la frágil antropología posmoderna tienen por basamento esta premisa tan estúpida y a la vez tan atractiva. Los cambios de sexo, las adopciones de niños por parejas homosexuales, los vientres de alquiler… son caras de la misma moneda voluntarista. Reduzcámoslo a un “¿quién es la naturaleza para decirle al hombre lo que debe hacer?”

En el plano político, esta funesta creencia desemboca ineluctablemente en la democracia pura, que no es sino una expresión chusca de la “voluntad general” rousseauniana. Según la democracia pura, no existe verdad, concepto o derecho, que no sea susceptible de ser eliminado o alterado por la voluntad - expresada en forma de mayorías - de la gente. De este modo, en tiempos recientes, las mayorías han acabado con derechos que, por naturales, deberían ser sagrados y, por tanto, inalienables: han privado al nasciturus del derecho a la vida (pronto se hará con los ancianos y los discapacitados) y han abolido, con los vientres de alquiler y las adopciones de niños por parejas homosexuales, el derecho natural de los seres humanos a tener un padre y una madre. Otrosí, en nombre de estas mayorías, cuya voluntad es hoy expresión de verdad, los gobiernos occidentales, genuflexos ante los intereses del Nuevo Orden Mundial, han venido aprobando leyes que atentan de forma patente contra la naturaleza. No hay más que echarle un vistazo a la Ley LGTBI de Cristina Cifuentes.


La época posmoderna es la época de la entronización de la voluntad humana. Y no lo es por casualidad, sino como consecuencia de un proceso largo y coherente que inició con el entierro de la idea de “Dios”. Muerta la deidad, alguien debía suplirla en su rol, pues el ser humano, pese a todo, es incapaz de concebir un mundo sin creador. Naturalmente, el hombre no encontró mejor sustituto que él mismo. En el mundo occidental contemporáneo, Dios es de carne y hueso y acaba sin piedad – o, mejor dicho, eso hace ver – con toda tradición, verdad o código moral que lo estorbe. Desgraciadamente, no puede haber 7000 millones de dioses. Serán los débiles los que paguen la muerte de Dios. Que se lo pregunten a los fetos que son destripados a diario en nombre de la voluntad de las mujeres.