lunes, 12 de junio de 2017

El problema es Europa

El 3 de junio, cuando el sol ya había caído y la luna se había adueñado de la ciudad del Támesis, el grito que todos los europeos temen – ‘Alá es grande’ – volvió a resonar en uno de los lugares en que ha venido resonando con mayor asiduidad y estruendo. Tres musulmanes, con la determinación propia de quien cree estar cumpliendo el designio divino, arrollaron, sirviéndose de una furgoneta, a tantos viandantes como pudieron e, inmediatamente después, acuchillaron a todo infiel que se interpuso en su camino. Los yihadistas perpetraron tamaña carnicería sin piedad, pues ésta es una virtud esencialmente cristiana; sin hacer distinciones entre hombres y mujeres, pues éstos, en caso de no creer en Alá, son igualmente indignos.

Relatado esto, erraríamos si concluyésemos que el hodierno problema reside exclusivamente en el islam. Y es que los atentados están siendo perpetrados en una Europa que, con el paso de los años, se ha tornado en un gran geriátrico que observa eso de reproducirse como el estúpido atavismo de un tiempo superado; en una Europa que, contaminada por la ingeniería social que políticos e intelectuales pergeñan desde la comodidad de sus despachos, ha desmantelado la tradicional estructura familiar y, por tanto, la más primitiva forma de comunidad humana. Los yihadistas atacan a una sociedad que reniega de la virtud y en la que el placer es percibido como única fuente de felicidad; a una sociedad que se ha sublevado contra sus propias raíces y que exhibe excesiva tolerancia para con las ajenas.

Europa ya se ha enfrentado al islam: el Siglo XVI y una buena parte del XVII constituyeron un ininterrumpido asedio otomano. No obstante, la situación era, entonces, mucho más esperanzadora para la civilización, pues los motivos por los que morir eran evidentes: religión, patria, familia… La lucha contra el sarraceno merecía la pena a ojos de un europeo que no quería renunciar a adorar a su Dios. Hogaño, desmanteladas esas grandes ideas que enardecían los corazones de nuestros ancestros, el hombre occidental no tiene más ideas que defender que la democracia, el derecho a la pornografía y los derechos elegetebé, base de su endeble construcción cultural. Y, como se podrán imaginar, tales valores no mueven sino a la inacción y a la pasividad; nadie entregaría su vida por un simple sistema político, y mucho menos por el ‘derecho’ a cambiar de sexo.


A Roma no la derribaron los bárbaros, sino la decrepitud moral de los romanos. Cualquier reacción contra el islam que no pretenda eliminar el legado posmoderno – que es precisamente el que ha hecho de la media luna una amenaza para nuestra supervivencia – no será más que la pataleta de un infante ante una situación que le disgusta.