lunes, 11 de julio de 2016

Ciudadanos y el relativismo

Una de las más virulentas enfermedades que aflige a las sociedades posmodernas es, sin duda, el relativismo. Que la verdad no existe y que lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, dependen de las circunstancias de cada momento es una idea fácilmente desmontable desde el punto de vista intelectual. Sin embargo, su arraigo en la sociedad hodierna – precisamente caracterizada por la carencia de profundidad intelectual – la torna en un tumor tan difícil de extirpar como las malas hierbas de Podemos, que diría Echenique.

En España, en especial en sus partidos políticos, el relativismo ha encontrado un terreno, yermo y fértil a la vez, en el que crecer. Paradigma de esto es Ciudadanos, un partido nacido para rendir pleitesía a ese antiguo credo ya profesado por los sofistas. Albert Rivera y ese séquito que lo acompaña en cada rueda de prensa, aunque finjan profesar moderadas convicciones sólidamente cimentadas, no creen en nada. Están dispuestos a todo para alcanzar el poder; un poder al que, llegado el momento, sumirían – aún más – en la turbadora falta de ideales. ¿Que hemos de amparar un gobierno del putrefacto PSOE andaluz? Lo amparamos. ¿Que hay que tender la mano a la intelectualmente corrupta Cifuentes en Madrid? Se la tendemos. ¿Que el clima social nos invita a participar, con idéntica naturalidad, en una procesión de Semana Santa y, a la vez, en el obsceno desfile del orgullo gay? Participamos. Miren, en esto último se asemeja al partido político del más fiel lector del Marca.

Ciudadanos es un partido en el que convergen una penosa orfandad de pensamiento y una vergonzante tibieza moral. Es por eso por lo que hacen suyos los dictámenes de la más escrupulosa corrección política. Bajo sus constantes apelaciones al diálogo y al consenso, se esconde la cobarde incapacidad de morir por cualquier ideal; bajo su máscara de “centrismo” político, se parapeta una fea jeta moldeada a imagen y semejanza de Protágoras y Gorgias. Así, el partido de Rivera ha renunciado hasta al que parecía su único principio innegociable, que era la defensa de lo español en Cataluña, para postrarse ante los “separatas” pactando con ellos una reforma constitucional.


En una sociedad moralmente sana, partidos políticos como Ciudadanos estarían condenados a la desaparición. Los pueblos con convicciones firmemente arraigadas no se dejan engañar por politicastros que hacen de la indefinición ideológica su bandera y que, con cinismo, utilizan expresiones grandilocuentes – véase “cambio sensato” o “las reformas que España necesita” – para ocultar su huero pensamiento, su ambiguo sincretismo. Sin embargo, somos españoles, y la contaminación intelectual de nuestros malhadados medios de comunicación nos ha hecho pensar que la tibieza y la cobardía son, en verdad, tolerancia, prudencia y sentido común.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario