lunes, 11 de mayo de 2015

La locura de nuestro tiempo


Vivimos hogaño la agonía de la naturaleza, de los vínculos humanos más naturales. Y no es ésta una agonía casual debida a algo tan abstracto como la prosperidad económica. Es más bien fruto de una ideología política totalitaria, extremadamente beligerante con la naturaleza y marcadamente anti-social; es más bien fruto de la destructiva ideología de género.

Los teóricos de la ideología de género, que se han servido de la práctica totalidad de los medios de comunicación para extender sus postulados, rechazan que la diferencia entre sexos se deba a algo más que a una convención social, niegan que las diferencias entre hombres y mujeres sean naturales. De este modo, los prohombres de este resentido movimiento han centrado su objetivo en las instituciones que se basan en la idea de diferencia sexual. Es decir, en el matrimonio y la familia. Y es que éstas han sufrido en los últimos años leyes que las han reducido a poco más que la nada.

La ideología de género ha alargado su hiperactivo dedo acusador sobre la figura del hombre, sobre lo que llaman “cultura patriarcal”, fíjense ustedes qué cultura tan exiguamente atractiva. Así, una vez destruidos el matrimonio y la familia natural, los cachondos ideólogos los culpan de la tan extendida hoy día “violencia de género”, cuando ésta no es sino consecuencia del desmantelamiento, de la inmisericorde destrucción, de ambas naturales instituciones.

Ciertamente, debemos reaccionar. La ideología de género está provocando una revolución antropológica que llega a considerar equiparable la heterosexualidad con la homosexualidad, la bisexualidad o la zoofilia, una revolución antropológica que difícilmente admite vuelta atrás. Todo es sexualidad, al fin y al cabo. Y es ésta una revolución sexual y antropológica que, además de atentar contra la naturaleza, está fundada en el odio y el resentimiento, en una nueva fórmula de la ya superada lucha de clases.

Como consecuencia de la opresora figura del varón y de esa prisión que la familia constituye, la ideología de género preconiza la eliminación de las diferencias biológicas, encarnadas en la maternidad, entre hombres y mujeres en aras de alcanzar la liberación de estas últimas. Todo ello dirigido a que la diferenciación entre hombres y mujeres se torne en un batiburrillo de géneros, orientaciones sexuales, de aspecto tentador y suculento como tartas y pasteles expuestos en el escaparate de una elegante pastelería.

Inspirada en la exaltación de la voluntad de poder nietzscheana, la ideología de género ha consolidado un mundo que desdeña la naturaleza, un mundo que desprecia la realidad y la supedita – incluso confunde – al “yo quiero”. Así, corremos el riesgo de construir un modelo de vida - si es que no lo hemos construido ya - que tome el hedonismo como camino de felicidad, que convierta al ser humano en un animal cuyo más hondo objetivo sea la satisfacción de sus apetitos sexuales, que haga del ser humano simple carne de consultorio psiquiátrico.


 No se equivoquen, la ideología de género no busca liberar a las mujeres; busca someterlas al yugo de los instintos, desechar la naturaleza y crear una nueva moral caracterizada por la ausencia de moral, por el relativismo. Busca, en definitiva, anular toda filosofía basada en una concepción eterna e inmutable de la felicidad, toda filosofía basada en el amor.

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