sábado, 25 de julio de 2015

Economía secesionista


Todo comenzó con el despropósito del Estado autonómico. Fue entonces cuando se volvió a dar alas a unos separatismos que habían desaparecido durante el franquismo. Y no precisamente por los motivos que se suelen argüir, mas ése es otro tema. Nos lamentamos ahora y apelamos al artículo 155 de la Constitución, como si éste fuese a remediar algo, como si aquello que no es sino papel mojado para los que tensan la cuerda pudiera cortar y hacer brotar la sangre.

No debemos centrarnos, sin embargo, en señalar con el dedo acusador a la casta política catalana – que bien podría construir su catalanista sueño húmedo en el vasto territorio de la Antártida – sino a la española. Es ésta la que, en vez de urdir un discurso de unidad nacional basado en la tradición y la historia común, en la cohesión social y en la búsqueda conjunta de la verdad eterna, ha preferido el discurso fútil e inane de la economía, de la faltriquera; la complicidad miserable de las cesiones en materia educativa. Y es que son los sucesivos gobiernos “centrales” los que han allanado el terreno, con su perezosa inacción, sobre el que los políticos secesionistas construyen su infernal y falsaria autopista hacia la independencia.

Ahora  los gobernantes de “Madrit”, desbordados por una situación de la que son parte responsable, se dedican a advertir a "Cataluña" de lo que acaecería si abandonase España, diciéndolo cual si eso fuese una opción más, cual si una generación concreta de españoles tuviese derecho a fragmentar y disponer a su antojo de una de esas selectas patrias que han construido y civilizado el mundo. Pobreza y salida de la Unión Europea, dicen PP, PSOE y sus lacayos, al tiempo que preparan la disolución de España y de su soberanía y territorio en el entramado burocrático de la instituciones europeas; al tiempo que asfixian España haciendo cálculos de estimación de voto. Demagogia y más demagogia.


La situación ya no tiene arreglo. Tras muchos años de adoctrinamiento en el odio y en el rencor en un lado y de contumaz pasividad cómplice en el otro, lo único que podemos esperar son fervorosas plegarias a la diosa legalidad y a su marido, la prosperidad económica. Y es que no podemos pretender que defiendan España aquellos que ni siquiera alcanzan a columbrar la grandeza de su significado; aquellos que sólo velan por el opulento estado de su cuenta corriente.

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