domingo, 9 de agosto de 2015

El odio a Israel


El trato que los medios de comunicación europeos dispensaron al asesinato del bebé palestino evidencia el profundo odio que la izquierda, el progresismo, sigue profesando hacia Israel. Todo fueron condenas; todo se presentó como una oportunidad más para atacar al Estado judío. Que si los judíos son radicales, que si el “apartheid” sudafricano y tal y cual. Y es que para ésos que hoy guían el rebaño occidental, a veces llamado opinión pública, los judíos y su Estado no son sino un muñeco de trapo en el que ciscarse; un “punching ball” al que golpear hasta que quede reducido a cenizas.

Todos nos preguntamos a qué se debe tanta inquina, a qué se debe tan insana aversión. Si Israel, en su origen, era un país de izquierdas, dirán. Si el sionismo es un movimiento que combina - por lo menos antaño así era - socialismo y nacionalismo, clamarán, indignados. Y llevarán razón. Sin embargo, lo cierto es que el progresismo europeo perdió el “oremus” tiempo ha y lejos está de querer recuperarlo. Pronto hasta Marx le repugnará. Lo que le mueve es un odio exacerbado hacia todo lo que representa Europa. A su tradición, a su historia, a sus raíces. Y a ese infundado resentimiento - que aún no pueden manifestar alegremente - le dan rienda suelta asestando puñetazos a los hebreos.

Nada les importa a los progres europeos, cuya seña de identidad es la deshumanizadora ideología de género, el bebé asesinado. Nada les importa, en definitiva, la suerte de los palestinos; utilizan su sufrimiento y su penuria para alcanzar sus aviesos objetivos, que no radican sino en la destrucción de la civilización occidental. Los palestinos y su causa no constituyen, para ellos, más que un medio para crear un clima social determinado; un clima que termine por acoger, jubiloso, sus ideas impregnadas del hedor del resentimiento y el rencor.


El sempiterno aplauso que el furibundo odio a Israel recibe es muestra inequívoca de la decadencia occidental, de la podredumbre europea. Europa, sumida en el relativismo y en el hedonismo, ya ha renunciado a defenderse a sí misma. Europa ya está sentenciada a muerte y, por ello, lo único que le queda es atacar a ésos que, compartiendo sus raíces, no se resignan a la burda desaparición.

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