domingo, 6 de septiembre de 2015

Refugiados


El emotivismo, que siempre deja de lado la razón y la lógica, no conduce a ninguna parte. Redacta titulares facilones, alcanza conclusiones simplistas y saca fotografías impactantes, poco más. Desecha la reflexión sosegada, el análisis riguroso; sólo le importa provocar un grito indignado en el hombre que, sentado sobre su sofá, ve la televisión o echa un vistazo al Ipad. En los últimos días, miles de refugiados han llegado al viejo continente. El debate está servido. ¿Han de ser acogidos? La respuesta parece clara, por lo menos desde el punto de vista de la corrección política: sí. Pero no es oro todo lo que reluce y no siempre la respuesta correcta es aquella que primero se dibuja en nuestra mente. ¿Quién nos asegura que todos los que llegan a nuestras fronteras en las últimas semanas huyen de las mortíferas detonaciones? ¿Por qué hemos de pensar que ninguna de las personas que aquí vienen trae más aviesas intenciones que la huida?

Ayer le dediqué un tiempo a ojear las dramáticas imágenes, las bochornosas fotografías. Lo hice, quizás, para ser más consciente del horror. Sin embargo, en mi particular cruzada hacia la empatía, me topé con algo curioso. La mayor parte de los refugiados que aparecían en las imágenes eran hombres. Hombres en edad militar, entrando más en detalle. Sugerente, desconcertante, preocupante. Y es que si yo fuera del Estado Islámico ( o de cualquier otra agrupación yihadista) aprovecharía la situación para infiltrar, entre los refugiados, a esbirros del yihadismo; utilizaría cadáveres de niños para dar cierta lástima – tampoco se piensen que el terror mueve muchas conciencias - a una opinión pública europea demasiado acostumbrada al corto plazo y a las decisiones irreflexivas. Para así dársela a Europa con queso, como un maldito.


Ayudar a los refugiados es uno de los más acuciantes imperativos morales que nuestra inmoral sociedad debe afrontar. No obstante, la ayuda no debe radicar en abrir fronteras, pues eso constituiría más bien la ineluctable aceleración de nuestro suicidio. La solución pasa por dar esperanza a los refugiados – a los que lo son de veras - en las zonas de las que ahora huyen, por iniciar, por fin, una política razonable, unificada y coherente en Oriente Medio y en todo el mundo musulmán. O sea, en Román Paladino ( que es lo que habla cada cual con su vecino), exactamente lo contrario de lo que Occidente ha hecho hasta ahora. Y es que, en los avisperos, se antoja demasiado peligroso hacer política con el ojo puesto en las encuestas de estimación de voto.

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