sábado, 19 de marzo de 2016

El desarme intelectual de los católicos

Señalaba Juan Manuel de Prada, en una entrevista, que el principal mal que aflige a los católicos es el de la compartimentación de su existencia. Y es que se torna bastante difícil cuestionar que los católicos hodiernos, influidos por la perversa filosofía de nuestro tiempo, tendemos a reducir la fe a una práctica rutinaria que se repite cada domingo, negando su irrefutable dimensión intelectual. En un afán, a veces inconsciente, de adaptar la religión católica al paganismo de la época, tomamos como nuestras ideologías materialistas que promueven principios patentemente incompatibles con el cristianismo como el individualismo, la ausencia de libertad profunda del hombre, el relativismo... Así, es habitual ver a católicos defender enardecidamente los, según ellos, beneficiosos frutos del capitalismo o hablar, con la boca hecha agua, de las bondades morales del marxismo. Incluso, si se ponen ustedes a la tarea, queridos lectores, verán medios de comunicación de la Iglesia protegiendo los intereses de partidos manifiestamente anticatólicos.

Este desarme intelectual fustiga las vidas de casi todos los católicos, desde la del tradicional feligrés de pueblo hasta la del más virtuoso de los obispos. Asumimos, de forma contumaz, eso que afirman los ignorantes de que la religión es irracional. Consideramos, quizás, que nuestras reflexiones, anhelos y creencias no deben tener cabida en la vida pública, que nuestra forma de vivir – basada en el amor y la moral – no está sino condenada a adaptarse a los dogmas del Siglo XXI. Cuántas veces habrán oído ustedes a un católico decir esta majadería en referencia al aborto: “Yo no lo haría, pero no puedo prohibir que los demás lo hagan”.


La falta de referente intelectual es uno de los grandes dramas del católico de nuestro tiempo. Le deja indefenso, sin réplica posible, ante los grandes retos que la posmodernidad le plantea: aborto, ideología de género, relativismo. Es fundamental que la Iglesia vuelva a ser el faro del mundo; que los católicos abandonemos el ponzoñoso seno de las ideologías y volvamos a abrazar - también en la vida pública, en la política y en la moral – los principios que la Iglesia ha abanderado desde tiempos inmemoriales. Y es que, en caso de no hacerlo, acabaremos fagocitados por el voraz monstruo de la posmodernidad.

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