domingo, 6 de noviembre de 2016

La travesía sueca de Su Santidad

Llueve sobre mojado. Esta semana el Papa Francisco ha estado en Lund (Suecia) celebrando el 500 aniversario de la Reforma luterana. Días antes recibió al tirano comunista Maduro en el Vaticano. Semanas antes respaldó la claudicación del vanidoso Santos ante la narcoguerrilla de las FARC, responsable de más de 200.000 muertes y de ingentes violaciones y secuestros. Meses antes aseveró que el islam – en cuyo libro sagrado se apela más de 250 veces a la violencia contra el infiel – es una religión de paz. Un año antes pidió “perdón” a los hispanoamericanos por los “crímenes” perpetrados por España en la conquista. Años antes, en uno de estos coloquios de avión ya famosos por su condición tragicómica, estableció un repugnante símil entre las madres que tienen muchos hijos (siguiendo las enseñanzas de la Iglesia, por cierto) y los conejos.

La travesía sueca, sin embargo, constituye el más grave error de todos los cometidos por Su Santidad. Y es que ya no es achacable a su contumaz tendencia de decir lo primero que se le pasa por la cabeza; ni siquiera a su desmedida ignorancia, impropia de un pontífice. El Papa ha participado en la celebración de los 500 años de la Reforma con plena conciencia de sus actos. Allí, plenamente consciente de lo que hacía, se ha afanado en ensalzar la vida espiritual de Lutero, un tipo que, en aras de justificar su lujuria, negó la libertad del hombre, al que creía incapaz de hacer el bien como consecuencia de su naturaleza devastada por el pecado original. (Aquí encontramos, por cierto, la génesis de ese nihilismo que aflige a la sociedad occidental hodierna).

Otro de los disparates con los que el Papa ha alborozado a los enemigos de la Iglesia y ha abochornado al rebaño fiel esta semana es eso de que Lutero “contribuyó a que la Iglesia diese mayor centralidad a las Escrituras”. Ése es el bello sintagma con el que Su Santidad disfraza la ominosa realidad que consagró Lutero: la libre interpretación de los textos bíblicos, que es madre del relativismo y el subjetivismo moderno, por los cuales el hombre ya no está llamado a descubrir la realidad exterior, sino a crear en su mente una realidad inexistente. La dura verdad – y mal haríamos los católicos en ignorarlo - es que el Papa Francisco ha estado rindiendo pleitesía a una persona que se ciscó en los sacramentos y en el culto a la Virgen María y a los santos; a una persona que supeditó el ámbito religioso al poder político de los príncipes alemanes y que, en su pulsión antisemita, llamó a quemar las escuelas rabínicas.


En Suecia, Su Santidad también nos conminó, a católicos y protestantes, a superar las controversias que nos dividen para alcanzar la tan anhelada unidad. Barrunto que a eso ha quedado reducido el ecumenismo. A que los que dicen que el hombre es libre y los que afirman que el hombre es esclavo se pongan de acuerdo concluyendo que el hombre es medio libre. Mi Torre de Marfil, que nació para combatir el relativismo, no participará de este siniestro espectáculo en que la verdad se torna objeto de mercadeo. Nosotros oramos porque los protestantes abracen la verdad, encarnada en la Iglesia católica. En ningún caso por la unidad a cualquier precio. 

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