jueves, 5 de febrero de 2015

La lucha del liberalismo

Son muchos los que, al oír la palabra “liberalismo”, inmediatamente piensan en capitalismo o libertad de mercado. También son muchos aquéllos a los que el término “liberalismo” les suena a chino. Sin embargo, de cualquiera de ambos casos – es incluso más bochornoso el primero por la osadía de la ignorancia – se extrae un profundo desconocimiento de la teoría política, una honda incultura “filosófica” que explica gran parte de los males que hogaño nos afligen.

Lo cierto es que se antoja verdaderamente arduo encontrar elementos comunes en una tradición tan variopinta y prolongada como la liberal. No obstante, lo que resulta irrefutable es que esos elementos compartidos entre autores liberales distan mucho de estar relacionados con la libertad de mercado o el capitalismo, con el aspecto más puramente económico. No en vano encontramos en éste posturas enfrentadas como el liberalismo propietario de Hayek y Nozick y el llamado “liberalsocialismo” de Hobhouse, de Roselli y, en cierto sentido, de Rawls, con su Teoría de la justicia.

Desde su génesis – y puede considerarse ésta como su principal actitud compartida – el liberalismo ha estado preocupado por un posible abuso del poder por parte del Estado, ha estado inmerso en el intento de limitar el poder político. Para ello, ha legitimado fórmulas de limitación más naturales como la poliarquía y otras más artificiales, fruto de la ingeniería social, como la separación de poderes.

La tradición liberal, además, ha puesto especial énfasis en la primacía de los derechos individuales, convirtiendo la limitación del poder en un mero instrumento para preservar el respeto por ellos. Así, la visión de los liberales con respecto a la revolución francesa, tal y como Constant nos muestra, es esencialmente ambivalente, ya que, a pesar de haber inaugurado una sociedad meritocrática, de igualdad de oportunidades, fue extremadamente despótica y se pasó los derechos individuales por el forro de su bandera.

La lucha del liberalismo no ha sido, pues, fundamentalmente, la voluntad de establecer la libertad de mercado y el capitalismo. La lucha del liberalismo ha sido sobremanera más profunda, ha girado en torno a la primacía de los derechos individuales, a la limitación del poder público, al rechazo del paternalismo político y a la exaltación de la esfera privada.


Háganse un favor, queridos periodistas de tertulia y demás donaires de la putrefacta comedia española, no abran su boca sin saber. Seguro que alcanzan ustedes a comprender que, con sus rebuznos, banalizan aquello que, junto a las raíces judeocristianas, nos ha permitido, por lo menos, columbrar la libertad. Aunque ahora nos esmeremos en volarlo por los aires.

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