lunes, 21 de diciembre de 2015

La España sin voz

No deseaba escribir este artículo. Es más, rezaba para no tener que escribirlo. La fiesta de la democracia nos dejó ayer una ingobernable pista de baile de la que Mariano Rajoy y su desventurado partido son máximos responsables. Sí, son responsables de destruir los principios y convicciones sobre los que otrora se asentaba la derecha; de fragmentar a ésta con sus cómplices silencios, con sus miserables compadreos con el mal. Ahora llega el momento de los pactos, llega la hora de dirimir si el temido Frente Popular se consuma como opción de gobierno. Sin embargo, no es el Frente Popular – ni el infausto Mariano Rajoy – lo que me ocupa en este breve texto. Lo que me turba son, más bien, esas oportunidades desperdiciadas; esos temas que no se abordarán en el Congreso de los Diputados durante los próximos años.

Gobierne Rajoy, el estornudo o el coletas, nadie hablará en la tribuna de oradores del Parlamento de esos cien mil niños que son sacrificados cada año en España; de esas personas no nacidas que llevan perdiendo elección tras elección desde hace demasiado tiempo. Nadie osará afirmar que la ideología de género es un cáncer para nuestra sociedad y que, por mucho que se obcequen algunos, el matrimonio es la unión entre un hombre y una mujer. En los próximos años, continuaremos el umbrío camino de las de cesiones de soberanía, la oscura travesía del sometimiento a los inmorales dictámenes de la Unión Europea. Seguiremos, en definitiva, hacinando mugre en nuestro ya concurrido basurero moral. Son tantas las cosas de las que no se hablará en el Congreso… Y la responsabilidad es nuestra; hemos desaprovechado una oportunidad de oro.

Los votantes de derechas nos hemos resignado a la derrota en la batalla de las ideas. Hemos echado por la borda la oportunidad de hacer ver al Partido Popular que, por encima del bienestar económico, tenemos principios a los que no estamos dispuestos a renunciar; hemos desperdiciado la ocasión de levantarnos contra ese relativismo que todo lo oprime, contra ese multiculturalismo que no refleja sino nuestras contumaces ansias de suicidio.


El panorama político resultante de las elecciones es preocupante, desolador. Deja sin voz a quienes aún creen en la civilización cristiana y en el deber histórico y moral de Occidente; deja inermes a esos valientes que todavía se atreven a cuestionar y combatir la burda tiranía de la corrección política.

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