miércoles, 5 de noviembre de 2014

Fascismo; bases ideológicas


El fascismo, en el más estricto sentido, hace referencia al modelo político que tuvo su expresión en la Italia y Alemania de entreguerras. No obstante, con el tiempo ha tomado un sentido más amplio que designa poco menos que cualquier acción violenta o autoritaria. Puede decirse que nació como consecuencia de la frustración producida por la I Guerra Mundial.

El fascismo fue producto de una sociedad moderna; fue una ideología que creía en el progreso, hasta el punto de que sus líderes basaron sus políticas, en gran medida, en él. Tomó, además, elementos propios de lo que tradicionalmente se conoce como izquierda y derecha, de modo que originó algo así como un socialismo nacional de carácter antimarxista.

Esta ideología de entreguerras exaltaba el Estado por encima de los derechos y libertades de los individuos, por lo que mantuvo una visión indudablemente colectivista. Giovani Gentile introdujo la idea de Estado totalitario, basado en que toda iniciativa política partiese del propio Estado y en la existencia de un único partido. El mismo Mussolini recogió a la perfección esa idea en su frase “todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado.

A pesar de este enaltecimiento del Estado, el fascismo era, como se ha mencionado anteriormente, radicalmente antimarxista. Frente a la lucha de clases, promovió la colaboración, la solidaridad entre éstas, situando la nación por encima de cualquier tipo de grupo social. Era también, pues un movimiento de marcado cariz nacionalista, con un componente racista que defendía la preservación y exaltación de la raza como factor básico para garantizar la unidad nacional.

Además de antimarxista, el fascismo propugnaba unas ideas y principios absolutamente antagónicos al liberalismo y la democracia. Negaba los principios de igualdad entre todos los ciudadanos, la soberanía popular y el sufragio, así como se declaraba enemigo de la separación de poderes y el parlamentarismo.

Otrosí, la exaltación de la virilidad fue uno de los pilares básicos del fascismo; en él no había lugar para los ideales femeninos. Esta ideología de entreguerras representaba el principio de la fuerza, afirmaba que no existe motivo alguno para desdeñar la violencia, que “lo bélico” es esencia, que la guerra no es sino instrumento de progreso histórico. Para los teóricos fascistas el papel de la mujer era estar al lado del hombre, ser transmisora de vida; carecía de espacio en el plano político.

El fascismo se fundamentaba en el culto al líder; tanto a Hitler (füher), como a Mussolini (duce) se les consideraba, en sus respectivos países, hombres excepcionales con condiciones casi sobrenaturales. Para ello, la propaganda se llevó a su máxima expresión; símbolos del partido o del movimiento se hallaban presentes en todo lugar público. Además, se utilizó una grandilocuente escenografía cuyo objeto era vehicular que toda la población se sintiese parte de una unidad, que hubiese una colaboración entre clases.

Estos regímenes acabaron por constituir una religión política, que consolidaba una determinada visión del mundo excluyente con todas las demás. El fascismo recreó un universo propio, con una forma de pensar y actuar propia. Por ello, no se adscribió a ninguna religión preexistente, a pesar de que por motivos políticos tratara de entenderse con la Iglesia católica.

El fascismo adoptó una posición de desconfianza de la razón y de exaltación de la voluntad. De hecho, para los teóricos fascistas, influidos en gran medida por Nietszche, el mundo y la realidad podían tomar forma a partir de la voluntad del ser humano, ésta los determina.

El fascismo, a pesar de que muchos se obstinen en lo contrario, como ideología quedó destruido por la democracia liberal. Sin embargo, ante la crisis que ésta hogaño padece, no debemos descartar que, como el ave fénix, resurja de sus cenizas y vuelva a suponer un quebradero de cabeza para el mundo occidental.



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