sábado, 6 de diciembre de 2014

El milagro de la Ruta de Birmania judía

 
Corría el año 1948, finales de mayo. La Jerusalén judía pasaba penurias. Resistía a las acometidas de la transjordana Legión Árabe con una atroz escasez de armamento. El racionamiento impuesto por Dov Joseph, uno de los hombres de confianza de David Ben Gurion en la histórica capital del pueblo hebreo, rayaba lo cruel. Era cada vez más indispensable conectar la segunda ciudad eterna con Tel Aviv para poder suministrar armamento y avituallamiento al damnificado ejército de David Shaltiel.

Sin embargo, las noticias no eran alentadoras. La Haganah había fracasado en su último y desesperado intento de tomar Latrún, posición clave en la carretera Tel Aviv-Jerusalén. Sabedor del último fracaso, el indómito artífice del Estado de Israel, David Ben Gurion, se devanaba los sesos en busca de una desesperada solución; era consciente de que si Jerusalén caía, la guerra se tornaría demasiado onerosa para un pueblo gravemente golpeado en lo anímico.

La bombilla se encendió. David Marcus y Vivian Herzog habían logrado atravesar las colinas de Judea con un jeep para llegar a Jerusalén desde Tel Aviv. Siguiendo un camino pedregoso, árido, habían consumado lo que se antojaba quimérico. Sin embargo, Ben Gurion era consciente de que no bastarían unos cuantos jeeps cargados de comida y armas para abastecer a la sitiada Jerusalén. Era necesario construir una verdadera carretera que permitiese el paso de convoyes. Y tenían muy pocos días, pues Jerusalén agonizaba; las funestas plegarias judías ya se oían desde Tel Aviv.

La construcción fue meteórica. El diez de junio, un día antes de decretarse la tregua que sería clave para la victoria del Estado de Israel, la Ruta de Birmania ya podía ser atravesada por convoyes. La Jerusalén judía estallaba en vítores, derramaba lágrimas de honda alegría. Desde Tel Aviv, Ben Gurion respiraba aliviado, sabedor de que esa carretera alternativa - y la mencionada tregua - darían la victoria a su gente.

Si hay un hecho que pruebe que el judío es el pueblo elegido por Dios, es éste. Una hazaña similar a la travesía del Mar Rojo, una hazaña que permitió que hoy en día hablemos del Estado de Israel, una hazaña por la que, permítanme decirles, mis mejillas siguen inundándose de emocionadas lágrimas.

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