lunes, 1 de diciembre de 2014

Hitler y Putin

 
Muchas son las voces que comparan la actitud que las democracias occidentales están hogaño manteniendo con respecto a la política expansionista rusa en Ucrania con la que en su día mantuvieron con respecto al expansionismo nazi antes del estallido de la II Guerra Mundial. Una actitud de claudicaciones y más claudicaciones que, a ojos de muchos, tornó a Alemania lo suficientemente poderosa como para lanzarse a la conquista del continente europeo en busca del llamado espacio vital (“Lebensraum”).

Entre los años 1935 y 1936, Hitler se anexionó el Sarre, por medio de la celebración de un plebiscito entre la población de la región; impulsó el rearme de la sociedad alemana; estableció el servicio militar obligatorio; procedió a la creación de una fuerza aérea; y, además, ya en marzo de 1936, inició la remilitarización de Renania. Es decir, en ese período de tiempo Alemania violó gran parte de las sanciones que le habían sido impuestas en el Tratado de Versalles sin que se produjese reacción alguna entre las grandes democracias europeas.

Fue Gran Bretaña, gobernada por el conservador Chamberlain, el principal baluarte de la política de apaciguamiento respecto a Hitler. Esta actitud se debió a la firme -o no tan firme- convicción de que, una vez satisfechas sus ansias de reunificación germánica, su política expansionista, y con ello su permanente desafío a lo establecido en el Tratado de Versalles, cesaría. Esta política del “premier” británico contó, otrosí, con el beneplácito de Francia.

Sin embargo, la posición de Chamberlain fue interpretada por Hitler como una actitud de tolerancia a su programa expansionista, como una actitud semejante a la postración que daba a entender que sus próximas acciones no conllevarían una dura respuesta por parte de las democracias. De este modo, en marzo de 1938, las tropas alemanas ocuparon Austria y, tras una fuerte campaña de propaganda, Hitler forzó un referéndum que se saldó con la incorporación del territorio austríaco al Reich (Anchluss). Semanas más tarde, procedió a la ocupación de la región, en ese momento checoslovaca, de los Sudetes.

A partir de ese momento, el mandatario alemán tomó la iniciativa política y en septiembre de 1938 convocó a los jefes de gobierno de Francia, Gran Bretaña e Italia en la llamada Conferencia de Munich. Allí se pactó la integración de los Sudetes en Alemania a cambio de garantías de que Hitler no emprendiese una agresión sobre el resto de Checoslovaquia. Este acuerdo fue acogido con júbilo, hasta el punto de que Chamberlain, al llegar al aeropuerto de Londres procedente de la ya mentada conferencia, afirmó que se había salvado la paz, tan puesta en riesgo en las últimas fechas.

Es conocido por todos lo que llegó después: la desaparición de Checoslovaquia en marzo de 1939, tras la anexión de Moravia y Bohemia a Alemania, y el estallido de la Segunda Guerra Mundial.

Puede considerarse que esta política que llevaron a cabo las democracias, de carácter marcadamente pacifista y cortoplacista, es equiparable a la que hoy día se está tomando frente a Rusia. Y las tibias y poco efectivas reacciones tras la anexión rusa de Crimea así lo acreditan. Las democracias liberales se están comportando con Putin como en su día hicieron con Hitler, movidas por un excesivo miedo a la guerra.

Y es que parece evidente que si finalmente el presidente Putin se sale con la suya  en el este de Ucrania- si es que no se ha salido con ella ya - pronto mirará a Polonia; y quién sabe si luego al resto del continente europeo. Por ello, resulta indispensable una  pronta y verdaderamente contundente respuesta occidental a los desmanes de Putin. Se le debe hacer ver que, frente a su anhelo de volver a hacer grande a Rusia, hay unas democracias con las ideas claras. Y eso no se consigue con reacciones y sanciones como las vistas hasta ahora; eso se consigue con castigos ejemplares.

2 comentarios:

  1. Me ha parecido muy buena la analogía. Sin embargo, ¿no crees que las intenciones de Putin distan de las que tenía Hitler?

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    1. Muchas gracias por el comentario, Cristina. En efecto, no se pueden equiparar las intenciones de Putin con las que tuvo Hitler. No obstante, sí se puede establecer una relación entre la actitud que las democracias mantuvieron con la política nazi y la que mantienen con Putin.

      Saludos,

      Julio Llorente

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